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EDITORIAL

La “paz” de los asesinos de Miguel Ángel

Estamos ante un gobierno que está dispuesto, no sólo a pagar a ETA lo que esta exigió a cambio de la vida de Miguel Ángel Blanco, sino a pagar al separatismo todo aquello que haga falta para cerrar un frente electoral contra el partido del edil asesinado

Si bien el llamado "Espíritu de Ermua" fue una rebelión ciudadana que desbordó temporalmente a unas élites políticas y mediáticas que, antes y después, habían apostado –y apostarían todo– al "final dialogado de la violencia", no es menos cierto que, en aquel momento, el chantaje y la barbarie de ETA aparecían sin maquillaje y sin complicidad política y mediática alguna. Hasta los partidos nacionalistas que, además de los objetivos separatistas, compartían desde hace tiempo con ETA su exigencia de reagrupación de los presos, silenciaron sus reivindicaciones, y corrieron aquellos días a alinearse con las formaciones constitucionalistas para no ser arrolladas por una sana y desatada indignación ciudadana, no dispuesta, precisamente, a hacer "gestos de apaciguamiento" con una banda de asesinos.
 
Bien es cierto que aquella indignación y firmeza moral de la ciudadanía fue, poco tiempo después, neutralizada por la propia ETA y los partidos separatistas de Estella al negociar y hacer público su anestesiante "proceso de paz" de 1998. También lo fue, en menor medida, por esa clase política y mediática que, desgraciadamente, todavía cree que el imperio de la ley puede y debe sortearse en función de unas delirantes "verificaciones" con prófugos de la justicia.
 
Sin embargo, nada es comparable a los infames días del 11 al 14-M, en el que la lógica ira ciudadana por la mayor masacre terrorista de nuestra historia, más que neutralizada, fue desviada, tal y como pretendían los terroristas, contra el entonces gobierno de la nación. La silenciada lectura positiva que, tanto los islamistas como los etarras, hicieron del efecto del 11-M en las elecciones del 14-M es deudora del infame comportamiento del PSOE y sus medios de comunicación, que no tuvieron empacho alguno en liderar y hacer suya las funciones propagandísticas que tiene todo atentado terrorista.
 
Si públicas y aceptadas eran las coincidencias del partido de Zapatero con los terroristas islamistas respecto a la intervención de los aliados en Irak, no menos públicas –y mucho menos electorales– eran sus alianzas con las formaciones separatistas que estuvieron con ETA en Perpiñán en pro de sus respectivas "luchas de liberación nacional". Los islamistas no eran los únicos dispuestos a sacar tajada del Gobierno del 14-M, como pronto dejaron en evidencia las declaraciones y comunicados de los separatistas y de la propia ETA. El gobierno de Zapatero, no hizo más que fortalecer sus esperanzas ofreciéndoles negociación y mostrando su disposición a romper con el PP para sumarse y consensuar con los firmantes de Estella un nuevo marco jurídico-político para el País Vasco. Pero para ello era necesario que ETA suministrara el anestésico de la paz, no sólo en Cataluña, sino en toda España, y poder camuflar, así, con los ropajes de la "paz", a sus nuevos compañeros de viaje.
 
No hay, pues, que extrañarse que, en estas circunstancias, los asesinos de Miguel Ángel Blanco asistan a su enjuiciamiento con la desafiante y chulesca actitud de quien sabe que sin impunidad no hay "proceso de paz" que valga. Como tampoco hay que extrañarse de que el gobierno del 14-M siga encubriendo las extorsiones de sus compañeros de viaje, negándose a dar por "verificado" el "impuesto revolucionario" que los terroristas ya han justificado hasta enGara. Sencillamente, estamos ante un Gobierno que está dispuesto, no sólo a pagar a ETA lo que los terroristas exigieron a cambio de la vida de Miguel Ángel Blanco, sino a pagar al separatismo todo aquello que haga falta para cerrar un frente electoral contra el partido del edil asesinado.

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