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Emilio J. González

La huelga de los privilegiados

La creación de Catair lo único que amenaza es el monopolio de poder de unos pilotos que durante décadas han minado el futuro de Iberia con sus desmedidas exigencias salariales

El siglo XX empezó con las huelgas de los favorecidos y terminó con las de los privilegiados, que, por lo visto, marcan también el inicio del siglo XXI. Porque no cabe más que calificar de privilegiados a los pilotos de Iberia que, agrupados en el sindicato SEPLA, han convocado una huelga para la próxima semana con el fin de protestar contra la decisión de la principal aerolínea española de crear una compañía de vuelos de bajo coste, Catair, con la que poder competir en este segmento del mercado. Según los pilotos, la creación de Catair supone una amenaza para sus puestos de trabajo pero lo único que en realidad está en peligro son los privilegios que han venido disfrutando durante décadas los pilotos de Iberia, quienes ahora pretender interferir en las decisiones de una compañía que se debe a sus accionistas, como propietarios de la misma, y a los usuarios del transporte aéreo como prestadora de un servicio público.
 
Las quejas de los pilotos de Iberia carecen de justificación alguna. Ellos constituyen el único colectivo laboral que apenas se ha apretado el cinturón dentro del conjunto de sacrificios que la compañía aérea ha pedido a sus trabajadores para poder ser competitiva. Hoy, Iberia necesita ser altamente eficiente en materia de costes porque ya no puede recibir ayudas públicas, como en el pasado, para sanear sus cuentas en caso de crisis, un tipo de problemas que a finales de la década de los noventa se llevó de por medio a compañías de bandera tan emblemáticas como la belga Sabena y la suiza Swiss Air por no saber adaptarse a las nuevas coordenadas competitivas del sector aéreo mundial. Unas coordenadas que vienen marcadas por la desaparición de las ayudas públicas, el incremento de la competencia con el surgimiento de las compañías de bajo coste y, ahora también, con el incremento de costes y precios que está provocando la escalada de la cotización del petróleo. En este entorno, las aerolíneas necesitan ajustas sus costes para ser rentables y poder subsistir, entre ellos los costes salariales, o diseñar nuevas estrategias de negocio, como la creación de Catair, para poder competir con garantías en todos los nichos del mercado del transporte aéreo, porque lo que está en juego es el futuro de las compañías y sus trabajadores. Sin embargo, los pilotos de Iberia, en vez de entender que las cosas son como son, tratan de defender sus privilegios contra viento y marea, a costa de todo y de todos aquellos que están implicados en la vida de Iberia, ya sean trabajadores, ya sean accionistas, ya sean usuarios.
 
Los pilotos de Iberia se encuentran entre los mejor pagados del mundo, es decir, entre los que disfrutan de sueldos más altos, y, aún así, Iberia ha conseguido dejar atrás sus multimillonarias pérdidas anuales, cubiertas con dinero público, para convertirse en una de las aerolíneas más rentables del mundo. Pero la vida no es una foto fija, sino una evolución constante que exige una adaptación permanente a las nuevas circunstancias que se plantean en el sector del transporte aéreo. Esa adaptación pasa por entrar en el negocio de las aerolíneas de bajo coste, que tanto daño han hecho a los gigantes del sector arrebatándoles importantes cuotas de mercado gracias, entre otras cosas, a que sus pilotos ganan mucho menos dinero que los de Iberia. Por tanto, es lógico que Iberia quiera penetrar también en este nicho de mercado con el fin de que la compañía pueda tener un futuro y proporcionárselo también a sus trabajadores, pilotos incluidos. Pero estos últimos no tienen más que una visión egoísta de los acontecimientos en la que prima la defensa de sus privilegios y el poder que todavía detentan en la compañía, un poder que se vería minado desde el momento en que en Iberia hubiera dos escalas salariales, una para los de la primera marca y otra inferior para los de Catair.
 
Aquí es donde en realidad reside el quid de la cuestión, porque la creación de Catair lo único que amenaza es el monopolio de poder de unos pilotos que durante décadas han minado el futuro de Iberia con sus desmedidas exigencias salariales gracias al poder de que disfrutaban dentro de la compañía. Ese poder ha venido a menos en los últimos diez años, desde que las aerolíneas de bajo coste compiten abiertamente con los grandes del sector, y ahora podría resquebrajarse todavía más con la creación de Catair y todo lo que ello implica.
 
Los pilotos, además, hacen gala de poca visión. Su futuro pasa porque Iberia, la principal compañía aérea de un país considerado como una de las mayores potencias turísticas mundiales, tenga clientes. Pero con sus huelgas un verano sí y otro también, lo único que consiguen es minar la imagen de la compañía entre sus clientes, ante la inseguridad que produce el hecho de reservar un pasaje y luego no poder coger un avión como consecuencia de los paros convocados por los pilotos. Esta actitud va en contra de la compañía porque puede perder clientes que opten por viajar a España con otras aerolíneas o, directamente, porque escojan como lugar para sus vacaciones otros destinos donde corran menos riesgos de ver entorpecidas sus vacaciones por un paro de los pilotos. ¿Quién gana con la huelga de los privilegiados? A medio plazo, nadie; ni siquiera ellos mismos.

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