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José Vilas Nogueira

De rosarios y "nazones"

Rosarios eran los sedicentes collares de perlas, pero reconocerlo hubiera sido afrenta para tan alcurniadas y laicas damas. Cuánto mejor habría sido haber recibido, en lugar de al Papa, a algún gran ayatolá o imán.

Anduvo el Papa por Valencia. Para algunos medios de comunicación fue la noticia del fin de semana. A otros se les perdió en páginas interiores, entre la letra pequeña. Sería por el calor, que amodorra mucho. Para la Moncloa el encuentro de Zapatero con el Papa fue más cordial de lo esperado. Y es que estos monclovitas, con tanto besuqueo con Otegi y otros gudaris del tiro en la nuca, han perdido la costumbre de tratar con personas decentes. Pero, ya digo, Benedicto XVI estuvo de lo más majete. Ni un reproche para las bodas homosexuales. Y es que, como la cosa iba mayormente sobre la familia, el Pontífice no querría disgustar a Sonsoles y las niñas. Hubiera sido contraproducente.

Hasta regalos hizo el Papa, tanto a doña Sonsoles como a doña Vice. Abiertos los paquetitos resultaron ser objetos raros, jamás vistos antes en la tribu monclovita, ayuna de conocimientos cristianos y no mejor provista de conocimientos del siglo. Convocados a rebato los sabios de la tribu y examinados cuidadosamente los extraños obsequios concluyeron que habría de tratarse de collares de perlas, bien que de novedoso diseño, pues de ellos pendía, a suerte de colgajo, una pequeña sarta de cuentas.

Rosarios eran los sedicentes collares de perlas, pero reconocerlo hubiera sido afrenta para tan alcurniadas y laicas damas. Cuánto mejor habría sido haber recibido, en lugar de al Papa, a algún gran ayatolá o imán. No hubiese habido dudas: un chador o un burka lo reconocen hasta un niño pequeño y desprenden ese inconfundible aroma de paz y tolerancia, tan entrañado en la zapateril alianza de civilizaciones. Pero, en fin, otra vez será, y el poder tiene sus exigencias, no siempre gratas ni de cómoda satisfacción.

Por aquí, en Galicia, el par de periódicos que yo leo apenas prestó atención a la visita papal. Como todo el mundo sabe, por aquí siempre hemos sido muy agnósticos y muy de izquierdas. Estos dos periódicos también lo son, sobre todo desde que la coalición psoeista-nacionalista ocupa la Xunta. Es el caso de que el personal de estos diarios tiene la columna hecha polvo, de tanta reverencia, y las rodillas cisco, de tanta genuflexión, y la lengua atorada, de tanto "sí, bwana". Viva la independencia de los medios.

Pero la vida es injusta. No siempre el que más se esfuerza es el mejor recompensado. Sólo uno de los dos ha sido obsequiado con una imponente página de publicidad institucional. Quien se anuncia es la Vicepresidencia de la Xunta de Galicia, esto es el camillero-jefe Quintana (Bloque Nacionalista Galego). Lo que se anuncia es "un xeito de soñar Galicia: Nazón de Breogán". Parece tratarse de una exposición, que ocupará todo el verano (el que no la vea, no será por falta de tiempo). El anuncio que ocupa toda una plana presenta, sobre un fondo rojo, la fotografía (supongo que tomada hacia los años 30 del pasado siglo) de tres labradores de un sindicato campesino alrededor de una bandera gallega, en enhiesto mástil. La bandera no está todavía manchada con la estrella roja de cinco puntas y, probablemente, los sindicalistas que la sostienen ignorarían todo sobre Breogán.

¿Qué ustedes también lo ignoran? Claro, así pasa lo que pasa. Con el imperialismo español no hay modo. A falta de un nacionalista que les ilustre, asumiré provisionalmente tan honrosa tarea. Según la historiografía romántica gallega, tan romántica como vacía de rigor histórico, Breogán fue un rey celta de Galicia que, entre otras ocupaciones, construyó en la ciudad de Brigantia tan alta torre que permitía divisar Irlanda, y tras la contemplación vino el ánimo de poseerla y así lo consumaron sus nietos. De lo cual se desprende el derecho histórico de los gallegos a restablecer nuestra legítima posesión sobre aquellas islas, extremo que sería imperdonable omitiese el nuevo Estatuto de Autonomía.

El mito fue recogido por Eduardo Pondal en su poema "Os pinos", que pese al carácter alóctono de estos árboles, paradójicamente, se convirtió en letra del himno gallego. Voilà, que dicen los franceses.

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