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Antonio Sánchez-Gijón

Vender dos veces el mismo caballo

Si Hamas está en guerra con Israel, ¿por qué su ejército no tendría derecho a atacar el territorio palestino cuantas veces lo considere necesario para su defensa?

Para resolver la crisis del soldado israelí Shalit, prisionero de los palestinos y de los ministros palestinos prisioneros de Israel, que ya ha costado cerca de treinta vidas (dos israelíes), el jefe del gobierno palestino y líder del movimiento terrorista Hamas, Ismael Haniya, ha ofrecido una tregua de larga duración a cambio de la liberación de los prisioneros. Este es el mismo caballo que ya vendió nada más tomar el poder, hace seis meses, cuando, forzado por el peligro de quedarse sin fondos con los que su gobierno pudiera arrancar, anunció un cese el fuego del terrorismo contra Israel.

A pesar de tal promesa nunca cesaron los ataques contra territorio israelí desde la franja de Gaza con cohetes Qasam, lanzados por otras milicias distintas de Hamas, y por elementos de Hamas supuestamente disidentes. El gobierno de Hamas no se tomó la molestia de impedir unos ataques que, indefectiblemente, habrían de llevar a la actual crisis y que, a todas luces, constituían un mentís a la prometida tregua.

Una vez que se hizo cargo del gobierno, lejos de arremangarse para tratar de salvar a su pueblo de la catástrofe que se le venía encima por la suspensión de todo tipo de recursos financieros para su gobierno, Haniya se dedicó a la gran política internacional, abriendo contactos con Irán, enemigo declarado de Israel, y con Rusia, para intentar que ésta le ayudase a romper el cerco que sobre su gobierno empezaba a hacer sentir el llamado cuarteto (ONU, Estados Unidos, Unión Europea y Rusia). El contacto con Irán reforzó la desconfianza de la UE y de los EE.UU. hacia Hamás, y cualquier resultado del contacto con Rusia se vio frustrado por la prohibición euro-norteamericana de que la banca internacional tramitara fondos a favor del nuevo gobierno. Recuérdese que Hamas figura en las listas europeas y norteamericanas de organizaciones terroristas.

La capacidad del liderazgo de Hamas de pegarse tiros a sus propios pies parece infinita. El portavoz de su oficina política, Jaled Shamal, hizo declaraciones el 10 de julio que dan reconocimiento a un estado de guerra del gobierno palestino con Israel. El soldado Shalit, dijo, es un "prisionero de guerra, y las convenciones y leyes internacionales deben ser aplicadas a este caso".

Este señor se da mucha importancia con palabras tan solemnes, pero pasa por alto algunas cuestiones: si Hamas está en guerra con Israel, ¿por qué su ejército no tendría derecho a atacar el territorio palestino cuantas veces lo considere necesario para su defensa? ¿Por qué habría Israel de librar el dinero que retiene en nombre de la entidad nacional palestina y dárselo al enemigo? ¿Cómo esperan que los donantes internacionales (principalmente la UE y los EE.UU.) den ayuda económica a una de las partes beligerantes de un conflicto, sin romper las leyes internacionales que les obligan a la neutralidad?

Cabe preguntarse cómo saldrán los palestinos del lío en que se metieron votando a Hamas. Después de la retirada israelí de Gaza, el año pasado, ¿cómo es que no supieron elevar sus expectativas vitales, llevando a cabo una reconstrucción pacífica de ese territorio, de modo que sirviera de incentivo a la retirada israelí de Cisjordania, y ayudar de ese modo a despejar el camino a un estado palestino libre? Quizás no lo vieron.

No vieron que de lo que se trata, en la mentalidad extremista de Hamas, es de no dejar que Israel cumpla los planes de retirada y reagrupación programados por el actual gobierno israelí, para que tenga que vivir atado al peso muerto de la ocupación, a la espera de que algún día, de alguna forma insospechada o milagrosa, se forme la gran coalición de fuerzas árabo-musulmanas que acabe de una vez por todas con la "entidad sionista". Ese es el sueño estratégico de Hamas y de muchos otros palestinos, una fantasía de esas tan frecuentes en la tierra de las Mil y Una Noches, que les lleva de Siria a Irán, y de la Jihad palestina a Al-Qaeda.

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