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Pablo Molina

Aquí la sociedad civil

Cuando nos retiramos todos el miércoles al finalizar el acto, el lugar estaba hasta más limpio que cuando llegamos. El rastro que la izquierda deja tras sus pasacalles, en cambio, es detectable hasta por satélite

Convocados por las víctimas del terrorismo y el Foro de Ermua, entre otras asociaciones, los murcianos teníamos una cita el miércoles pasado en la Glorieta de España (con perdón). Y allá que nos fuimos, a dar vivas a Zapatero, el Gandhi leonés. Al final no le jaleamos, pero nos acordamos mucho de él, del fiscal Pompidú, de Rubalcaba, y, en fin, del gobierno que vino a devolvernos la libertad, secuestrada tras ocho años de mandato de la derecha. Un gobierno que no miente. Que no miente más porque no puede.

Reunir a tres mil personas en el mes de julio, con treinta y cuatro grados de temperatura y en una ciudad cercana a la playa como Murcia, no es algo que esté al alcance de cualquiera. El Delegado del Gobierno, cuyas hazañas democráticas, sobre todo en materia de inmigración ilegal, algún día glosaremos debidamente, aún debe estar preguntándose de donde salieron tantos irreverentes, dispuestos a incumplir su deseo tácito de que la concentración no se llevara a efecto.

Las concentraciones ciudadanas organizadas por la derecha tienen una diferencia esencial con las algaradas del rojerío en lo que se refiere a civismo. Cuando nos retiramos todos el miércoles al finalizar el acto, el lugar estaba hasta más limpio que cuando llegamos. El rastro que la izquierda deja tras sus pasacalles, en cambio, es detectable hasta por satélite. Ni pintadas, ni contenedores volcados, ni destrozos del mobiliario urbano. Y es que la sociedad civil convocada por las víctimas del terrorismo es respetuosa hasta lo enervante. Yo iba con ganas de jaleo, más que nada por no dejar en feo a mi mujer, que me considera un botarate irredento, pero a pesar de la enorme riqueza léxica de la lengua castellana, lo más fuerte que se le llamó al presidente del gobierno fue traidor. También hubo banderas, todas constitucionales, a diferencia de las manifestaciones de la izquierda, en las que tremolan sin cesar trapillos totalitarios de todo signo y condición, con abundancia especial del morado republicano. Es lógico; unos estamos en la España constitucional y otros no. Las banderas son sólo el símbolo que ejemplifica esta diferencia esencial.

En el acto del miércoles hubo un recuerdo, conmovedor como siempre, para Miguel Ángel Blanco, cuyo asesinato está ya grabado en la Historia de España para deshonra de nuestra generación. Cuando el tren del tiempo avance unas estaciones, alguien tendrá que explicar a sus contemporáneos cómo fue posible que el gobierno de un país se rindiera ante los autores de una vileza tan atroz.

Estas concentraciones ciudadanas en defensa del decoro nacional, y no hay nada más digno que defender la memoria de nuestros mártires, son la prueba esencial de que existe una sociedad civil que ya no fía su futuro a las componendas entre políticos y que está decidida a reclamar directamente su derecho a decidir y a ser respetada. El ejemplo de un “peón negro” de los habituales del blog de Luis del Pino (Dios te bendiga Luis), que, a pesar de su avanzada edad, repartió entre los asistentes hasta el último ejemplar de una hoja informativa sobre las mentiras del 11-M (con toda seguridad impresa con su propio dinero), es otro motivo más para estar seguros de que, aún en las circunstancias más adversas, siempre quedará gente dispuesta a agitar las conciencias de los demás en busca de la verdad, la dignidad y la justicia.

Pero todo esto no es nada comparado con la que se puede organizar cuando por fin conozcamos las claves que conectan el 11-M, el 14-M y el proceso de rendición actualmente en marcha. Todos las intuimos, así que el toro ya está colocado en suerte. Sólo falta que Luis del Pino, Libertad Digital y El Mundo entren a matar. Estoconazo hasta la bola, no lo duden. Vayan preparando los pañuelos blancos.

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