Ahmed Akkari se sacó de su manga de mangante unas viñetas que hacían de Mahoma un cerdo para meter fuego a Dinamarca, el país que lo acogió (a él y a su familia) por dos veces: como refugiado político y, después, como emigrante económico. Akkari ha dado sobradas muestras de gratitud a la sociedad danesa: poniéndola en el punto de mira de los terroristas islámicos, maltratando a uno de los niños que asistían a la escuela en que impartía clases, pidiendo el asesinato de un conocido musulmán moderado...
Ahora Dinamarca lo ha evacuado del Líbano. "Mi impresión es que el transporte ha sido seguro y nadie ha sufrido", ha declarado el aguerrido fundamentalista islámico desde el ferry infiel de bandera griega encargado de devolverle sano y salvo a su maldita patria de infieles.
¿Qué estará tramando ya este cobarde infame, imán que sólo atrae la ruindad y la vileza, para saldar su deuda con quienes le han salvado tres veces, tres, la vida?