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Victor D. Hanson

La fragilidad de la buena vida

En nuestra propia era de guerra, terrorismo, enorme deuda, gasolina de precios altos y terroríficas armas y virus que intentamos ignorar, deberíamos recordar que el progreso de la civilización no es siempre lineal.

A nosotros los norteamericanos no parece preocuparnos deber miles de millones de dólares a los chinos, o que nuestra ansia de petróleo esté enriqueciendo a regímenes hostiles, o que nuestro déficit presupuestario anual continúe incrementando nuestra deuda nacional.

¿Por qué preocuparse ahora? Durante casi un cuarto de siglo, los norteamericanos han llegado a dar por sentada la buena vida. El paro nunca supera el 5%. Se espera que los tipos de interés permanezcan siempre alrededor del mismo porcentaje reducido, la inflación incluso por debajo; y todo esto acompañado por un marcado crecimiento de la economía y una ampliación constante de los subsidios gubernamentales. Los tipos de interés de dos dígitos, el paro y la inflación –la "estanflación" que caracterizó a las administraciones Nixon y Carter– son aparentemente historia antigua.

Junto con el sorprendente avance de la economía post-Guerra Fría, la tecnología ha hecho mucho más disfrutables los avatares de la vida por medio de teléfonos móviles, Internet, televisión de alta definición por cable, los iPod y demás parafernalia. La entrada de 2.000 millones de trabajadores de China y la India al sistema capitalista global, junto con el crédito fácil, hacen los bienes materiales más accesibles que nunca para el consumidor.

El lujo está hoy disponible para la clase media. Las revistas se dedican a remodelar cocinas con placas de granito y electrodomésticos de acero inoxidable a juego. Las casas de los suburbios a menudo tienen tuberías de aire caliente y jardineros. Los garajes que aparecen ahora en las nuevas construcciones no tienen una sino dos puertas de garaje y, en ocasiones, tres o incluso cuatro.

¿Cuáles son las consecuencias de esta opulencia?

Para empezar, una cierta ausencia de aprecio a nuestro botín. Nadie elogia a Reagan, Clinton o Bush por el sorprendente avance de la economía norteamericana. En su lugar, se toma como un nuevo derecho de nacimiento en Estados unidos.

Esperamos el éxito casi instantáneo en todo lo que hacemos. La mayoría en los medios está por tanto cansado de las actuales guerras en Oriente Medio y piensa que el enorme coste humano no vale el objetivo de ofrecer libertad a millones, incluso si nosotros hemos sufrido muchas menos bajas en Irak y Afganistán que la generación que se sacrificó en Vietnam.

Al acercarnos al quinto aniversario del 11 de Septiembre, la mayor parte ha olvidado los peligros de un ataque terrorista. A menudo el público parece preocuparse más por las grabaciones y la Patriot Act, como si nuestros propios líderes supusieran una amenaza mayor para Estados Unidos que los terroristas islamistas asesinos de masas.

¿Pero podría llegar a un final en algún momento nuestra buena vida, como sugieren las historias de las sociedades opulentas del pasado? Imagine a Al-Qaeda atacando el New York Stock Exchange o un misil sorpresa norcoreano cobrándose alguna ciudad de la Costa Oeste ¿Qué pasa si Beijing decide súbitamente que tiene que deshacerse de los miles de millones de dólares americanos que acumuló? ¿O qué tal una recesión a la viejo estilo de los años 70, en la que los tipos de interés alcancen el 20% con la inflación y el paro cada uno rozando el 10%? ¿Qué harían los millones de norteamericanos más jóvenes, que sólo han conocido la prosperidad, el exceso material y sobre todo la paz y la seguridad de los años 80 y 90?

La prosperidad también puede ser engañosa. Muchos norteamericanos, a pesar de una opulencia superficial, están endeudados y a menudo a un mes de paga de la insolvencia. Según los estándares históricos, están bastante indefensos. La mayor parte de nosotros no sabe cultivar su propia comida, no sabe cómo funcionan los coches y no tiene ni idea de dónde o cómo se genera la electricidad. En pocas palabras, pocos tienen las habilidades para sobrevivir si la delgada capa de civilización se pierde como de vez en cuando sucede en sitios como el centro de Nueva Orleáns.

Remóntese hasta la era romana de "los cinco emperadores prósperos" –entre el 96 y el 180, bajo los reinados de Nerva, Trajano, Adriano, Antonio Pío y Marco Aurelio– cuando todos los problemas del pasado turbulento parecían por fin haberse solucionado. Había una paz general, más prosperidad por el comercio a lo largo y ancho del Mediterráneo y un cierto hastío y cinismo ocasional entre la élite romana. Pocos entonces tenían idea alguna de los tres siglos de guerra, revolución, pobreza y emperadores aterradores como Cómodo o Caracalla que aguardaban a sus descendientes; todo un preludio al colapso general posterior de la propia sociedad romana.

En nuestra propia era de guerra, terrorismo, enorme deuda, gasolina de precios altos y terroríficas armas y virus que intentamos ignorar, deberíamos recordar que el progreso de la civilización no es siempre lineal. La condición humana no evoluciona inevitablemente de bueno a muy bueno pasando por mejor, sino que siempre permanece en precario y sus avances son cíclicos.

La buena vida puede perderse en ocasiones de manera bastante inesperada y abrupta cuando la gente exige más derechos que responsabilidades acepta, o vive para el consumo de hoy en lugar de sacrificarse para la inversión futura, o cree que su propia cultura no es particularmente excepcional y por tanto no necesita de constante apoyo y defensa.

Deberíamos actuar con cuidado en estos días desafiantes de nuestra mayor riqueza, cuando nuestra vulnerabilidad es aún mayor.

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