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EDITORIAL

Tribalismo nacionalista en Francfort

Como en un estadío anterior de la civilización, hay quien se siente atrapado por el nacionalismo. La estrechez de miras, que es también una estrechez moral, es la marca de calidad del nacionalismo.

La Generalidad ha vuelto a dar una muestra más de lo que da de sí el nacionalismo, y ha elegido para ello el lugar en que más podría contrastar. Sabedora de la influencia que tienen los escritores en la sociedad, se dispone, como el resto de las administraciones, a darle todo el dinero de los contribuyentes que sea necesario. Precisamente eso es lo que va a hacer para la Feria Internacional del Libro de Francfort, pero con una condición: absténganse quienes escriban en castellano. La Feria de la ciudad alemana hospeda todas las lenguas en negro sobre blanco, desde las más minoritarias a las universales, como el castellano. Y es máximo exponente de nuestra civilización, con intercambios voluntarios de productos de distintos orígenes y transmisión de conocimientos y experiencias transmitidas por la criatura más conspicua de Occidente: el libro.
 
El nacionalismo es la ideología de la tribu, del nosotros frente a ellos. Es la civilización en su sentido opuesto. Hay quien no se siente llamado por la atracción de las sociedades abiertas y diversas, por el atractivo de una moral que considera a las personas en igual dignidad aunque sus costumbres sean distintas, por el interés en mirar más allá del terruño. Como en un estadío anterior de la civilización, hay quien se siente atrapado por el nacionalismo. La estrechez de miras, que es también una estrechez moral, es la marca de calidad del nacionalismo, enfermedad que aflige a España, especialmente en ciertas comunidades, como la catalana o la vasca.
 
Los fondos públicos son fondos privados. En origen son la riqueza y la renta producida por cada uno de nosotros, en nuestra contribución al bienestar nuestro de los demás. No lo tiene el Estado hasta que no nos lo extrae coactivamente, por medio de los impuestos. No decidimos directamente sobre su uso, sino que son los políticos, parte de los cuales elegimos por sufragio universal, quienes toman esas decisiones. El hecho de que el dinero sea de la sociedad, pero que no sea cada uno de los individuos el que elige su empleo debería hacer que los políticos cuidaran al máximo los usos del dinero extraído. Pero en más ocasiones de las que debería eligen con fines que son de ellos, y no nuestros.
 
Este es un caso de libro. Se convierte el dinero sacado de nuestros bolsillos en subvenciones para una parte no poco elitista de la sociedad, y con condiciones que tienen un transfondo político. Es una más de las medidas que tiene como objetivo marginar una lengua y favorecer otra. Ven en el catalán no una bella forma de expresarse y convivir con otros que la comparten, sino como el vehículo de esa mercancía averiada que es el nacionalismo. Es nuestro deber denunciar los sueños tribales de la rama tribal de nuestra clase política.

En España

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