Menú
EDITORIAL

"Grotescos" en el mundo

El elocuente desprecio de la secretaria de Estado norteamericana, que ha calificado de "grotesca" la gestión del Gobierno de España en la crisis del Líbano, es un adelanto de la intemperie que, de repente, nos volverá vulnerables por el norte y por el sur

La deriva de la política exterior en manos de José Luis Rodríguez Zapatero y Miguel Ángel Moratinos parece haber tocado fondo con la gestión de las crisis de Oriente Medio y de Cuba. Aunque con este Gobierno siempre hay una sima más profunda, es difícil que la credibilidad, el prestigio y la influencia de  España puedan hundirse más de lo que ya lo han hecho durante las últimas tres semanas, probablemente las más pródigas en muestras de radicalismo, temeridad e indocumentación de un mandato marcado por la especialización en todas esas actitudes.

No es sólo que el laborioso consenso sobre los ejes de la política exterior haya saltado por los aires con un Gobierno disolvente y letal para tantos consensos heredados de la Transición; grandes acuerdos cuyo servicio a la estabilidad, la riqueza y la solvencia de España ha quedado sobradamente contrastado durante los últimos treinta años.

No es sólo que una tradición de atlantismo y europeidad, de compromiso con la democracia y la libertad económica en Iberoamérica, de vocación moderadora en la ribera sur del Mediterráneo y de implicación activa en la solución del conflicto del Sáhara haya sido arramblada por otra ajena, de tercermundismo militante, que abraza a cualquier sátrapa, tirano o forma de criminalidad sectaria, a condición de que sean enemigos de la libertad y de quienes la han defendido junto a nosotros durante décadas.

Con ser graves, la ruptura del consenso y el abrupto reemplazo de Occidente por lo peor de la ideología tercermundista no agotan los estragos que Zapatero y Moratinos han causado en nuestra política exterior.

La insensata involución iniciada cuando Zapatero perpetró el desaire de no levantarse al paso de la bandera de los Estados Unidos durante el desfile del Día de las Fuerzas Armadas celebrado en Madrid en 2003 tendrá consecuencias palpables a medio plazo para la seguridad, la libertad y la calidad de vida de los españoles. El propio ministro de Defensa lo reconoció el pasado viernes: "La inseguridad de las familias españolas se genera a miles de kilómetros de distancia", dijo José Antonio Alonso, en una manifestación de sinceridad involuntaria, incongruente, en todo caso, con la acción de España en el mundo durante el mandato del Gobierno al que pertenece.

Las últimas tres semanas han sido una demostración de cómo dilapidar un acervo de lealtad al mundo libre, de cómo forzar a toda una nación a sentarse sobre el nido de las serpientes y de cómo transformar un país hasta ayer fiable en un país del que sólo se fían los terroristas, los dictadores y los iluminados. El elocuente desprecio de la secretaria de Estado norteamericana, que ha calificado de "grotesca" la gestión del Gobierno de España en la crisis del Líbano, es un adelanto de la intemperie que, de repente, nos volverá vulnerables por el norte y por el sur.

En Europa, ya hemos comprobado los primeros efectos de una política exterior suicida, con una drástica reducción de los fondos estructurales y de cohesión, una pérdida del peso político, alcanzado con tanto esfuerzo en la Cumbre de Niza, y una indolencia más que notable en la respuesta a la avalancha de pateras que asola a Canarias y Andalucía. Indolencia, por cierto, que es el resultado de una irritación también evidente de nuestros socios por la decisión unilateral de regularizar a más de un millón de inmigrantes indocumentados.

Por el sur, por el Magreb, seguirán llegando los desafíos del futuro, terrorismo, inmigración ilegal, narcotráfico, pero España ya no tendrá la fuerza ni los aliados necesarios para hacerles frente. En Iberoamérica, mientras tanto, los nuevos caudillos podrán saquear las empresas españolas, seguros de que el Gobierno español es su nuevo aliado y les devolverá la visita cargado de fondos de ayuda al desarrollo.

El jefe de la oposición, Mariano Rajoy, ha prometido que España tiene arreglo, después de dos años de fractura y aislamiento provocados por un Gobierno exaltado y temerario como el que pilota esta milenaria nación. Puede que recuperar la confianza de los españoles en sí mismos sea una meta titánica pero alcanzable, considerando nuestra secular cultura de la reconciliación. ¿Lo será también recuperar la confianza de nuestros aliados?

En Internacional

    0
    comentarios