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Cristina Losada

La neurosis pirómana contagiosa

El gobierno gallego podría eludir su responsabilidad si los incendios provocados fueran novedad y los pirómanos acabaran de caer sobre los montes cual tropa de diablos armada de mecheros. Pero no concurren estos atenuantes.

Diríase que un simultáneo eclipse solar y lunar se ha hecho fuerte sobre Galicia, pero no. Son nubarrones de humo ocre los que ocultan el cielo día y noche, y nos regalan un paisaje espectral de día del Apocalipsis. Desde el viernes vivimos así, bajo la humareda y una perenne y fina lluvia de cenizas. El olor a quemado lo impregna todo. Los montes arden sin control, han muertos tres personas en los incendios, y ha habido que cortar en varias ocasiones y distintos lugares, autopistas, carreteras y vías férreas. Ante esta situación catastrófica y dramática, el mensaje del gobierno del PSOE y del BNG ha sido contundente: ¡la culpa es de los incendiarios! Y punto.

Pero buceemos en el pasado a fin de refrescarnos del bochorno. La constatación de que la mayoría de los incendios en Galicia son provocados viene de antaño y no acaban de hacerla los de Touriño y Quintana, como pretenden. Tal descubrimiento lo realizaron, antes que ellos, los de Fraga. Pero entonces, ah, entonces, señalar a los incendiarios era un mero subterfugio para ocultar la ineptitud. Así lo decía Anxo Quintana hace dos años, cuando la poltrona de la vicepresidencia era un sueño de verano. Desde su plaza fuerte de Allariz, el nacionalista calificaba las alusiones a los incendiarios de "huida hacia delante" para tapar "el clamoroso fracaso de la lucha contra el fuego", y también de intento de difamar a la población rural, que él, naturalmente, repudiaba.

Qué digo difamar. Touriño, el que ahora promete guerra sin cuartel a los que queman el monte, acusaba al PP de "criminalizar a la población" por denunciar lo que ahora mismo proclama ante las cámaras. Desde la oposición, el socialista imputaba a la Xunta la voluntad de "implantar una neurosis pirómana en Galicia" que, decía, "no es el gran tema de fondo". Dos veranos después, con él al mando, los incendiarios son el fondo, la superficie y los laterales. Y son él y sus socios quienes con infatigable machaconería se aplican a extender la neurosis de marras, que se ve que es contagiosa. ¡Atacan los pirómanos! Y al antiguo profesor y a sus socios nacionalistas nadie puede pedirles cuentas de nada, víctimas como son, pobrecillos, de esos pérfidos y omnipresentes "desalmados".

Vale. El gobierno gallego podría eludir su responsabilidad si los incendios provocados fueran novedad y los pirómanos acabaran de caer sobre los montes cual tropa de diablos armada de mecheros. Pero no concurren estos atenuantes. No hablamos de una catástrofe imprevisible, sino de una pauta conocida y recurrente. Y es por ello que se escudan en que se trata de una "actividad delictiva desaforada". De ese modo justifican que haya desbordado su capacidad. Con la doble moral hemos topado. De nuevo. Y ahora piden indulgencia los mismos que no les dieron respiro a las administraciones cuando tenían que hacer frente a la marea negra del Prestige. Los que absolvieron de toda culpa a los responsables del buque para cargársela entera al gobierno. Los que en lugar de arrimar el hombro atizaron la discordia. Y tantos excesos más.

Recordaba el otro día Rubalcaba aquello del "quinto pino" cuando intentaba vadear el torrente de otro mayúsculo descalabro, el del aeropuerto del Prat. Si con el Prestige hubo de darse cuenta de todo cuanto se dijo y se hizo, y se hicieron públicas las conversaciones que mantuvieron los altos cargos, los desastres de este verano no deberían de ser menos. Hora a hora, orden a orden, informe a informe, han de someter al escrutinio público el caso del Prat y el de estos incendios gallegos que han de combatir muchos vecinos con sus propios y precarios medios. ¿O tienen algo que ocultar?

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