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EDITORIAL

Arde Galicia, otra vez

A los dueños de la Xunta les ha vuelto a pillar el toro. No han hecho los deberes durante el año y ahora, cuando tienen el fuego en la puerta de casa, buscan el modo de salir indemnes de la refriega, aunque sea también por la mínima.

Es un tema recurrente todos los años por estas fechas y nadie hace nada para, si no evitarlo, sí al menos mitigar sus efectos. El verano pasado, el del incendio de Guadalajara y sus once víctimas mortales, fue también el verano en que Galicia volvió a arder. Decenas de miles de hectáreas fueron arrasadas por el fuego en esta comunidad autónoma, especialmente en la provincia de Orense, donde se quemó un territorio equivalente a la ciudad de La Coruña y sus alrededores. Nos preguntamos entonces qué estaba pasando en una región tradicionalmente castigada por los incendios pero que, en los últimos años, era modelo en la lucha contra fuego.

Este año obtenemos la respuesta. La prevención de incendios en Galicia no es ni sombra de lo que fue en tiempos, y los 85 focos que permanecen activos al cierre de esta edición son la mejor prueba de ello. La situación ha llegado a tal extremo de gravedad que los medios con los que cuenta la administración regional no son suficientes y el Ejecutivo de Pérez Touriño se ha visto obligado a pedir el auxilio de las Fuerzas Armadas. Ciudades como Vigo, la mayor y más poblada de Galicia, respiran desde el viernes pasado una atmósfera enrarecida por el humo, y los cortes de carreteras, autopistas y vías férreas están a la orden del día. Por el momento, el fuego se ha cobrado tres vidas y la descoordinación entre las administraciones autonómica y central es absoluta. No en vano, mientras la ministra de Medio Ambiente se echa las manos a la cabeza, el presidente gallego asegura tenerlo todo bajo control. Todo menos 85 incendios en activo desperdigados por la boscosa geografía de esa parte de España.

El Gobierno bipartito, sin embargo, ya ha encontrado una coartada: los pirómanos. Ellos son los únicos culpables de la tragedia y los responsables de la incapacidad de la Xunta para acometer las tareas de extinción. Los pirómanos, por desgracia, no son ninguna novedad en Galicia. Ya Fraga hace años se hacía cruces por este problema denunciándolo ante los medios de comunicación. ¿Cuál fue entonces la reacción de los que hoy están en el poder? Quieren “criminalizar a la población”, decía un escandalizado Touriño. Son una "huida hacia delante" para tapar la incompetencia de los populares en la lucha contra el fuego, clamaba Anxo Quintana desde Allariz.

Si no fuese porque conocemos demasiado bien a la clase política gallega y porque sabemos de que pie cojean los que hoy gobiernan por la mínima, hasta nos sorprenderíamos de semejante cambio de parecer. A los dueños de la Xunta les ha vuelto a pillar el toro. No han hecho los deberes durante el año y ahora, cuando tienen el fuego en la puerta de casa, buscan el modo de salir indemnes de la refriega, aunque sea también por la mínima.

El año pasado el PP gallego no utilizó los incendios de Orense o de Carnota como arma política. No lo hizo porque un fuego descontrolado que amenaza vidas y haciendas es algo muy serio como para echárselo encima al Gobierno de turno. El PSOE y el Bloque, sin embargo, no son de esa opinión y, tras la experiencia de sacar hasta la última gota de jugo político al Prestige, son consumados maestros en el arte de la prestidigitación. Se trata de descolgarse el muerto a cualquier precio y, si es posible y se ponen a tiro, de colgárselo al Partido Popular. Demasiado visto, pero, no por ello, menos escalofriante.

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