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Juan Carlos Girauta

Demagogia o justicia

Visto así, cabe sospechar que el PSOE esté lanzando su hermosa propuesta a sabiendas de su inviabilidad y con puros fines de imagen. ¿Por qué, si no, no la implanta en España sin encomendarse a nadie?

Por fin una propuesta socialista que invita a la confrontación de ideas, al debate sobre modelos. Por fin algo normal. Y con lo de normal quiero decir que cabía esperarlo. Una medida similar defendió Rocard en Francia bajo el reinado de Miterrand, aunque entonces se hablaba de “salario social”. Si la izquierda defiende la tradición que le es propia, con todos los retoques y puestas al día que se quiera, es lógico que sobrevuele en círculos su concepto de igualdad, que se refiere a los resultados. Frente a ella, la igualdad que defiende la mayoría de liberales contemporáneos: la de oportunidades.

Esta diferencia de visiones se plasma en todas las políticas públicas. De forma especialmente vistosa aparece en la normativa sobre educación que aprueban las mayorías de uno u otro color. Igualdad de resultados es lo que conocemos en España: aprobados forzosos y, en consecuencia, nivel general penoso. La igualdad de oportunidades es otra cosa; significa dar a los niños de escasos recursos económicos la opción de demostrar su valía. Y, si lo hacen, procurarles los medios adecuados para que sigan estudiando y acaben dando los frutos que prometen, frutos que benefician a la sociedad en su conjunto. Por eso la igualdad de resultados de la izquierda constituye a menudo la más flagrante injusticia contra los desposeídos a los que dice defender.

Pero, ¿qué hay de la renta básica de 421 euros al mes que el PSOE propone para toda Europa? Suscita un debate del máximo interés: ¿Igualaría resultados u oportunidades? ¿Pueden los liberales defender la medida sin entrar en contradicción con sus principios, o tal pirueta es imposible? En una situación de normalidad, este es el tipo de cuestiones que debería nutrir la política en democracia, secuestrada aquí y ahora por emociones espurias, anegada de sentimentalismo. Estéril en el mejor de los casos.

De entrada, una medida que exige dedicar el 10 % del PIB no parece muy realista. Para que nos hagamos una idea de la magnitud, en España habría que dedicar a la renta mínima todo lo que aporta el sector turístico. La alternativa, propia de las repúblicas bananeras, es impensable: el banco central europeo dándole a la maquina de los billetes y provocando una inflación escalofriante.

Visto así, cabe sospechar que el PSOE esté lanzando su hermosa propuesta a sabiendas de su inviabilidad y con puros fines de imagen. ¿Por qué, si no, no la implanta en España sin encomendarse a nadie? No hace falta juzgar las intenciones de la izquierda española. Ya las conocemos. Pero el planteamiento abre al menos un debate estimulante sobre los mecanismos de la economía y de la creación de riqueza, sobre el alcance lícito del sector público y sobre los efectos desincentivadores de ciertas medidas (financiadas con instrumentos de por sí desincentivadores, los impuestos). Así que gracias por su demagogia, hombre. A ver si con esto hablamos un rato y dejamos de escupir.

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