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Esperando a los ecologistas

Los tiempos han cambiado desde el Prestige. Lo que en el pasado fue pancarta, griterío y pegatina hoy es una incoherente complacencia que a la larga, seguramente, será premiada con más subvenciones y cargos públicos.

Después de doce días de furia, con más de 80.000 hectáreas de monte arrasadas por el fuego y cuatro personas fallecidas, los ecologistas gallegos salen de sus madrigueras pidiendo "serenidad y responsabilidad". En lugar de exigir responsabilidades y denunciar la pasividad del Gobierno bipartito a la hora de abordar los que fueron los peores incendios de la historia de Galicia, salen a la palestra apaciguados, sumisos y obedientes. Los tiempos han cambiado desde el Prestige. Lo que en el pasado fue pancarta, griterío y pegatina hoy es una incoherente complacencia que a la larga, seguramente, será premiada con más subvenciones y cargos públicos.

Dado que sus motivos son más políticos que ecológicos, su programa de acción se centra ahora en perseguir a las empresas multinacionales, denunciar la "especulación urbanística", exigir una moratoria de las construcciones sobre la costa gallega, ralentizar el crecimiento del turismo y paralizar carreteras. En otras palabras, llevar a cabo un activismo que incluya la resistencia al cambio, al progreso, al crecimiento económico de la región en nombre de la sacralización del paisaje.

Es el caso de Greenpeace, que denunció mediante un informe "el enorme número de proyectos surgidos este año en Galicia que amenazan con desfigurar (¡!) completamente su costa". Greenpeace olvida mencionar que esos proyectos, si cumplen la ley con transparencia, para ser aprobados deben pasar rigurosos exámenes medioambientales. Otra cosa distinta es que luego, cuando se está a punto de concluir la obra, los políticos cambien las reglas de juego y envíen las derribadoras. Y nótese este detalle que parece incordiar a Greenpeace: "La mayor parte de las nuevas residencias se concentran en proyectos con campos de golf". Como si los campos de golf contaminaran.

Detrás de Greenpeace están los nacionalistas del BNG que los apoyan. Su última incursión voluntarista es la recalificación y reordenación de los terrenos donde se sitúan las plantas de Ence y Tafisa en Pontevedra para levantar un centro comercial. ¿Existe un modo más cínico de expresar su repugnancia por la propiedad privada y el capitalismo? No se dan cuenta de que la próxima deslocalización de estas dos empresas podría incluso estar fuera de Galicia.

El caso más disparatado es de la Fundación Germán Estévez para la Protección de la Naturaleza y la Defensa del Medio Ambiente que le ha solicitado a la Xunta la expropiación de la Isla de Sálvora para así incluirla como bien de utilidad pública dentro del espacio del Parque Natural de las Islas Atlánticas. No deja de ser burlesco que se le pida a un Gobierno incapaz de mitigar los incendios forestales que se haga cargo de un espacio natural que hoy está mucho mejor en manos privadas que públicas.

Por su parte, los ecologistas de Adega –los mismos que boicotearon la instalación de dos piscifactorías en Touriñán y Porto do Son– han exigido al Gobierno autonómico "una moratoria del ladrillo" para la construcción en la costa gallega para evitar, según las palabras de su presidenta, Adela Figueroa, "que se pierda la identidad e imagen de Galicia". Más allá de la nebulosa y discutible idea que pueda tener esta señora sobre la identidad gallega, hay que mencionar que el progreso económico modifica el paisaje pero a cambio del bienestar de sus habitantes. Sanxenxo, la villa turística más afamada de la comunidad, hoy sería inviable con la nueva ley de Costas que aprobó este Gobierno. Porque son los propios gallegos –y no fuerzas extranjeras invasoras– quienes han elegido desde hace décadas poseer una vivienda frente al mar. Pero pareciese que ahora los decretos ambientales prefieren ignorar esto, tal como lo manifestaron los pobladores de Touriñán cuando se movilizaron en contra de los ecologistas y la propia Xunta por no haber permitido la instalación de una piscifactoría de Pescanova.

La costa gallega no es ni el Edén perdido que pretenden salvaguardar los verdes ni la Riviera francesa sobreexplotada urbanísticamente que nos quieren vender nuestros políticos. Por el contrario, es un espacio pobre y deshabitado que por su belleza natural ofreceenormes posibilidades para la instalación de emprendimientos empresariales de diversos tipos que revitalizarían la raquítica economía local. Los ecologistas están evitando que miles de personas mejoren su calidad de vida. Han preferido hechizar los espacios naturales gallegos mediante una cruzada tecnófoba y nihilista que perpetuará nuestra dependencia económica con Madrid y la Unión Europea. Mientras tanto, Galicia hoy es ceniza y desolación.

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