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Victor D. Hanson

Normas surrealistas para librar una guerra

Para ganar estas guerras, tenemos que ganarnos a los europeos asegurándonos de que siempre puedan sacar beneficios.

Antes del 11 de Septiembre, el consenso general era que los ejércitos de Oriente Medio eran tigres de papel y que sus alternativas terroristas había que bombardearlas desde la distancia –como en el Líbano, Afganistán, Irak, el este de África, etc.–, dejando después que ellos apartasen sus propios escombros.

Después, tras el 11 de Septiembre, Occidente adoptó un cambio necesario de estrategia que implicaba el cambio de régimen y la necesidad de ganar "corazones y mentes" para asegurarse de que se establecía algo mejor en lugar del dictador o el teócrata depuesto. Eso precisaba de implicación de cerca con los terroristas en su escenario urbano predilecto. Tras los últimos cuatro años, hemos aprendido lo difícil que puede ser ese combate, especialmente a la luz del tipo de armas que pueden comprar 500.000 millones de dólares de beneficios del petróleo en Oriente Medio, cuando este pasa de 20 dólares el barril a casi 80 dólares como ha sucedido en los últimos años. Para tratar mejor con las dificultades concretas que nos hemos encontrado en estas batallas hasta la fecha, quizá Estados Unidos debiera adoptar el siguiente conjunto de normas surrealistas de guerra.

1. Cualquier muerte –enemiga o amiga, accidental o deliberada, de soldado o civil– favorece a los terroristas. Los islamistas carecen de requisitos en materia de moralidad; los occidentales no, y lo demuestran a cada momento. De modo que, de un modo extraño, las imágenes de los muertos y moribundos se atribuyen exclusivamente a nuestro propio error. Si los nuestros son asesinados, es porque aquellos en el poder no fueron cuidadosos (protección física inadecuada, vehículos sin blindar, etc.), lo más probable debido a alguna presunta conspiración (en beneficio de Halliburton, sangre por petróleo, guerras por Israel, etc.).

Cuando los enemigos musulmanes son abatidos, ya sea a propósito o accidentalmente, todo el arsenal de pensamiento posmoderno occidental entra en juego. Teniendo Estados Unidos tal poder sobre la vida y la muerte, el enemigo aparece ante el mundo como alguien débil, una víctima y, por tanto, simpático; nosotros somos el fuerte y opresor. Los terroristas son aún considerados como "el otro" y son por tanto vistos como sufridores –con fotos manipuladas o sin ellas– a través del imperfecto prisma del colonialismo, el racismo y el imperialismo occidentales.

En pocas palabras, no es solamente que la opinión pública occidental no tolera muchas bajas; tampoco tolera muchas muertes del enemigo a menos que los beligerantes sean parecidos a los blancos y europeos cristianos de la Serbia de Milosevic, que afortunadamente para los estrategas de guerra de la OTAN en los Balcanes no pudieron buscar refugio detrás de algún paradigma políticamente correcto y, por tanto, fueron bombardeados con impunidad. Recuerde, el multiculturalismo siempre es útil para el fascismo: el peor homófobo, el teócrata intolerante o el racista que odia a las mujeres es siempre simpático si viste algún tipo de trapo tercermundista, vomita antiamericanismo y parece la cosa más opuesta a lo europeo. Para ganar estas guerras, nuestros soldados no tienen que matar o morir.

2. Toda la cobertura mediática del conflicto en Oriente Medio es en definitiva hostil y por un amplio abanico de motivos. Desde los años sesenta, demasiados periodistas han visto su misión como mucho más que acopio imparcial de noticias, sino como algo casi misionario: buscan plantar cara a la estructura de poder capitalista occidental manipulando las noticias de modo que nos muestren a víctimas de la obtención de beneficios y de una élite opulenta. En segundo lugar, la mayor parte de la lucha es peligrosa y está lejos de casa. Condene al ejército americano y puede sufrir una mala cara en un puesto de mando bien pertrechado antes de ganar el Pulitzer; condene a Hamas o a Hezbolá y puede terminar decapitado en alguna cuneta.

Y en tercer lugar, mientras se está en el sur del Líbano o la Zona Verde, siempre es más seguro delegar la noticia y las fotos en algunos periodistas freelance locales, cuyas simpatías normalmente se deben al enemigo. Una foto manipulada que exagera "los crímenes de guerra" israelíes provoca una pequeña controversia durante un día o dos en Estados Unidos; una foto manipulada que exagere las atrocidades de Hezbolá gana números para una granada lanzada por la ventana de tu hotel. Para ganar estas guerras, no debe haber noticia de ellas.

3. La oposición –ya sea una figura establecida como Howard Dean o una activista como Cindy Sheehan– prefiere que el enemigo al final gane. En su modo de pensar, existe tal reserva de fuerza norteamericana que ningún enemigo puede realmente derrotarnos en casa y arrebatarnos nuestros cafés con leche de Starbucks, nuestros iPods, Reeboks, o Levi's 401. Pero ser censurado en guerras "opcionales" en Irak, o ver a Israel vacilar en el Líbano, tiene sus ventajas: George Bush y sus conservadores son humillados; el complejo militar-industrial aprende a ser un poco más comedido; y el sentimiento de culpa por vivir en un próspero barrio occidental próspero aumenta. Cuando un Jimmy Carter o Bill Clinton –al contrario de Nixon, Reagan o Bush– envía helicópteros o bombas al desierto de Oriente Medio, siempre es visto con reticencia y como último recurso, de modo que pueda ser apoyado a regañadientes. Para ganar estas guerras, tiene que emprenderlas un demócrata progre.

4. Durante las guerras de Oriente Medio, los europeos han demostrado muy poca moralidad, pero mucha influencia. Los europeos, que ayudaron a bombardear Belgrado, condenan ahora con facilidad a Israel en los cielos sobre Beirut. A Sadam le vendieron sus búnkeres y su reactor nuclear y lograron a cambio abrumadoras concesiones petroleras. Irán no podría construir una bomba sin las herramientas europeas y rusas. Irán no aparece en ninguna lista de embargo europeo serio; gran parte del arsenal almacenado tan crítico para Hezbolá fue adquirido a través de comerciantes de armas europeos. Y si bien siempre son consistentes en su disponibilidad a hacer negocios con cualquier tirano, los europeos también saben cómo extender por Oriente Medio suficiente ayuda o dinero para garantizarse cierta protección y un papel prominente en cualquier conferencia de posguerra. Si hubiéramos permitido a los ansiosos europeos acceder a los contratos postbellum en Irak, habrían silenciado en seco sus críticas. Para ganar estas guerras, tenemos que ganarnos a los europeos asegurándonos de que siempre puedan sacar beneficios.

5. Para luchar en Oriente Medio, Estados Unidos e Israel tienen que contar con China, Rusia, Europa, o cualquier nación del mundo árabe para librar sus guerras. China ha matado a decenas de miles en el Tíbet en una guerra sin escrúpulos que acabó en ocupación y anexión. Rusia destrozó Grozny hasta los cimientos y machacó a los chechenos. Los europeos ayudaron a bombardear Belgrado, donde miles de civiles se perdieron en "daños colaterales". Los egipcios gasearon a los yemeníes; los iraquíes gasearon a los kurdos; los iraquíes gasearon a los iraníes; los sirios asesinaron a miles de hombres, mujeres y niños en Hama; los jordanos masacraron a miles de palestinos. Ninguno recibió una gran condena global, si es que recibieron alguna. En el enfermizo cálculo moral de la parrilla de atención del mundo, un terrorista que comete suicidio en la Bahía de Guantánamo siempre vale al menos 500 kurdos muertos, 1000 chechenos o 10.000 tibetanos. Para ganar estas guerras, necesitamos delegar el trabajo en aquellos que pueden librarlas con impunidad.

6. El tiempo siempre es un enemigo. La mayor parte de los occidentales siempre dejan aun lado las críticas si despiertan una mañana y descubren que su ejército ha bombardeado a un Sadam o lanzado un misil en Afganistán - y la guerra empezó y después terminó, todo mientras estaban durmiendo. En contraste, 6-8 semanas –más o menos la duración de la guerra de los Balcanes– es el límite de nuestra paciencia. Después de eso, los norteamericanos se vuelven tan sensibles a la crítica global que empiezan a odiarse a sí mismos tanto como les odian otros. Para ganar estas guerras, deben durar más de 24 horas pero, cueste lo que cueste, no más de ocho semanas.

¿Son estúpidas, dirá usted, normas tan irreales? Por supuesto, pero no tan absurdas como las guerras que se libran hoy día en Oriente Medio.

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