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Amando de Miguel

De los números ordinales

Mi opinión personal es que seríamos un poco más felices si utilizáramos siempre la misma forma para los partitivos y los ordinales. Pero no me hagan mucho caso.

Antonio Miguel Méndez Cea (Las Palmas de Gran Canaria) se rebela contra mi afirmación de que "en buen castellano se puede decir la duodécima parte y también la doceava parte". Insiste don Antonio Miguel en que "¡no significan lo mismo!" ambas formas. Tampoco hay que escandalizarse tanto de esa licencia. El Diccionario panhispánico de dudas advierte: "Los [números fraccionarios] correspondientes a los números once y doce, así como los correspondientes a las decenas, admiten ambas formas: onceava y undécima, doceava y duodécima, veinteava y vigésima, etc., aunque hoy suelen preferirse las primeras". Mi opinión personal es que seríamos un poco más felices si utilizáramos siempre la misma forma para los partitivos y los ordinales. Pero no me hagan mucho caso.

Miguel Ángel Umpierrez me escribe con admirable seguridad: "Leo con estupor que usted considera correcto el empleo de doceavo como el puesto correspondiente al que ocupa el lugar número doce. Siento disentir. Doceavo es la duodécima parte de un todo, mientras que duodécimo es el que ocupa ordinalmente el puesto 12. Que yo recuerde ambas expresiones solo coinciden en el número ocho 1/8 y el 8º". Disiento y no lo siento mucho, porque disentir es sano. El número fraccionario y el ordinal coinciden en varios números, no solo en el ocho. Así, se dice cuarto, quinto, sexto, séptimo, octavo, noveno y décimo. En el caso de 1/11 se puede decir onceavo o undécimo. En el 1/12 cabe la opción entre doceavo y duodécimo. Las fracciones de las decenas redondas (1/20, 1/30, etc.) se forman también con la opción veinteavo o vigésimo, treintavo o trigésimo, etc. A partir de 1/13, hasta 1/99, los fraccionarios llevan el sufijo "avo". A partir de 1/100, 1/1000, etc. vuelven a coincidir las denominaciones fraccionaria y ordinal: centésimo, milésimo, etc. Espero que don Miguel Ángel haya salido de su "estupor".

Me corrige don Miguel Ángel mi equivalencia de Amand con "almendra" en francés: "Almendra se escribe amande y no amand". Cierto es y pido perdón por el error, pero mi idea era que San Amand tenía su traducción en "almendra", dicho en alguna lengua gálica protofrancesa. Un libertario erudito me sacó de dudas. San Amand es del siglo VII y lo que se hablaba entonces era latín. Luego mi patrón se llamaba así por su relación con el amor no con las almendras. Ahora que lo pienso en la Galia septentrional pocos almendros debe de haber.

La cuestión de los números ordinales la trata admirablemente Manuel Morillo Caballero. Copio sus atinados argumentos:

En mi opinión, el galimatías actual en torno a los ordinales no deja de ser un falso problema creado por la conjunción de académicos obtusos y eruditos a la violeta (sin que pretenda con esto ofender a todos los académicos o eruditos, dicho sea de paso). A título de ejemplo, tengo ahora a mano una edición de La Celestina, donde los diferentes actos (o autos) están titulados como "onceno auto","doceno auto", "veinteno auto", etc. Como vemos, esta manera de marcar el ordinal mediante una sencilla sufijación es lo mismo que ocurre con otras lenguas de nuestro entorno, como se dice ahora. Esta nomenclatura se mantiene en líneas generales durante todo nuestro Siglo de Oro, con autores que algo sabían sobre el uso de nuestro idioma.

Es a partir del XVIII, con el auge de las academias y de las modas clasicistas (frecuentemente de un clasicismo "sui géneris") cuando se empieza a complicar un uso de la lengua que nunca debió complicarse. No es de recibo que para expresar un ordinal, un hispanohablante medio deba recurrir a unos saberes capaces de enredar al más exquisito filólogo. Por ello me parece normal y disculpable que con frecuencia se use un partitivo con valor ordinal; cuando alguien dice que le ha correspondido una treceava parte de algo, al fin y al cabo está poniendo de manifiesto que ahí lo que procede utilizar es una sencilla sufijación, como hacía Francisco de Rojas al titular "treceno acto".

Lo peor de esta situación es que el uso de los ordinales se ha convertido en patrimonio de los pretendidamente cultos y manifiestamente pomposos y que, con tanto enredo, se está acabando con su uso e incluso se está legitimando que los demos por definitivamente fenecidos. Y no es eso, no es eso.

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