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Europeos proporcionados

Ni para los europeos ni para las autoridades coránicas la muerte de un musulmán a manos de otro de su misma religión provoca horror e indignación, solo cuenta el musulmán que mata Israel.

La última guerra en Oriente Medio ha ofrecido a Europa la enésima oportunidad para demostrar al mundo quien es alguien, política y militarmente. Varios países europeos corrieron a airear su intención de enviar soldados como parte del contingente que la ONU pretende desplegar en el sur de Líbano para reforzar el alto el fuego. El problema es que los cascos azules europeos tardarán más de lo que se supone en llegar a suelo libanés, si es que llegan, dada las dificultades en las negociaciones sobre las aportaciones de tropas. Es decir, cuántos soldados pone cada uno. El temor a ver regresar cadáveres, como pasó con franceses y norteamericanos en 1983 gracias a los suicidas de Hezbolá, está reñido con las grandilocuencias de los presidentes de gobierno y todos esperan con pasmosa lentitud ver cuáles son y cómo se definen las reglas de la misión a cumplir. Algo que, recordemos, no se ha fijado por la resolución 1701. Precauciones que recuerdan, sin embargo, que el tiempo apremia.

Desgraciadamente para los bienintencionados, hace tiempo que Europa ya no cuenta como actor en el enquistado conflicto de Oriente Medio. Menos aún desde el momento en el que tachó de desproporcionada la reacción israelí en legítima defensa tras la captura de dos de sus soldados por Hezbolá. ¿No saben nuestros dirigentes que la proporcionalidad debe ser medida en función de la amenaza que representa Hezbolá para la seguridad de Israel y no exclusivamente por la captura de sus dos soldados? Pero el indiscriminado pacifismo de la opinión pública europea ya no nos sorprende cuando llora la muerte de terroristas de Hezbolá a manos de soldados israelíes y no al contrario. Peor aún: cuando eleva a crimen contra la humanidad el bombardeo de Qana y no los más de 250.000 muertos en Darfur. Ni para los europeos ni para las autoridades coránicas la muerte de un musulmán a manos de otro de su misma religión provoca horror e indignación, solo cuenta el musulmán que mata Israel.

Los europeos suplican el diálogo con el adversario, dan concesiones a los agresores, rechazan la idea de un enemigo. No hay más que escuchar las palabras del ministro de Asuntos Exteriores francés, Philippe Douste-Blazy, exaltando el papel estabilizador de Irán en la región. La respuesta a tan sublime cumplido fue la explicación del presidente Ahmadinejad de que la mejor solución al conflicto en el Líbano era la destrucción de Israel. Con este trasfondo es difícil creer que tropas enviadas por países europeos vayan a ejercer la más mínima presión militar contra Hezbolá para que se desarme, por muchas resoluciones de Naciones Unidas que se aprueben.

Pero eso no importa para la nueva "nueva izquierda" europea cuya proporcionalidad exige plegarse a los cánticos coránicos. No es casual que la columna vertebral de la posible aportación europea a UNIFIL venga de dos países marginales en términos militares, la Italia de Romano Prodi y lo que queda de España.

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