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Pablo Molina

Don Colacho el Grande

Les inclina su patología a la jerga filosófica caducifolia francesa –Derrida–, a los talentos eximios del último cuarto de hora –Beck, Negri o Chomsky– o a la pose folclórica de algún escribidor indigenista.

Un amigo, sabedor de mi concupiscencia reaccionaria, me trae de Colombia las obras completas reeditadas de Nicolás Gómez Dávila. Los intelectuales españoles del establishment ­­–de derechas o de izquierdas– parecen tener todavía miedo a pronunciarse sobre los pensadores, los pasajes históricos o los asuntos que previamente no hayan sido tratados por escritores extranjeros. Su complejo de inferioridad, mayormente proporcional a la posición que ocupan en el escalafón universitario, se disimula mal que bien con el concurso del equipo habitual de chaqueteros, de gran tradición académica.

Al mismo tiempo, no pocos de nuestros ingenios patrios, acostumbrados al superficial turismo académico hispanoamericano e instruidos en los estúpidos tópicos antiespañoles, padecen una singular ceguera, el "complejo de la Maliche". Les inclina su patología a la jerga filosófica caducifolia francesa –Derrida–, a los talentos eximios del último cuarto de hora –Beck, Negri o Chomsky– o a la pose folclórica de algún escribidor indigenista. Ciertamente, una mente estomagada con esas referencias nunca podrá catar los frutos raros y superiores del gran pensamiento conservador hispanoamericano. En el caso de Gómez Dávila, caballero neohispano, escritor elegante y lacónico, se denuncian precisamente una gavilla de los peores defectos del intelectual que piensa en español y ocupa cátedras a este lado del charco.

El gran Gómez Dávila, don Colacho para sus amigos y lectores fieles, no sólo fue un gran estilista de nuestro idioma común, sino un filósofo verdadero y un sutil escritor político. Se cumplieron en él las máximas de Gracián sobre la brevedad y el estilo literarios. Lo prueba la lectura de su obra, cinco volúmenes que responden monomaníacamente al título de "Escolios a un texto implícito". A fin de cuentas, como él mismo decía, "todo escritor comenta indefinidamente su breve texto original". Los "Escolios", publicados en 1977 (2 tomos), 1986 (2 tomos) y 1992, una compilación aparentemente anárquica de más de 20.000 aforismos, comprenden casi toda su producción literaria, filosófica y política. Nadie como don Colacho ha cultivado el género aforístico en el mundo hispánico.

Los aforismos de Gómez Dávila son el ejercicio máximo de la independencia de espíritu, pues lejos de cebarse en la manía pedagógica, ruina de la libertad del pensamiento, inician un "diálogo entre amigos, llamamiento de una libertad despierta a una libertad adormecida". Quien así se pronuncia proclamóse también reaccionario. Como tal, "no escribe para convencer", sino que "meramente transmite a sus futuros cómplices el legajo de un pleito sagrado". Comparecen pues en don Colacho, a partes iguales, el orgullo de una conciencia y la humildad de un hombre. Invocando a sus patronos (Montaigne y Tocqueville entre otros pocos), los aforismos se detienen en una aguda y deliciosa crítica de costumbres y de la cultura, así como de las imposturas de la modernidad en todos sus órdenes. Pero su pensamiento hunde las raíces en profundas convicciones religiosas, antropológicas y políticas; contenido mínimo, tal vez, del aludido "texto implícito" una y otra vez glosado. Así, todo su pensamiento aparece galvanizado por su epigramática definición de la historia humana: "Entre el nacimiento de Dios y su muerte", escribe, "se desarrolla la historia del hombre". En la historia como caída de lo humano, como campo magnífico de ruinas, los fenómenos políticos adquieren "su dimensión exacta". Su dictado sobre la sociedad comunista es así implacable: "el demiurgo humano sacrifica la libertad posible del hombre, en aras de su libertad total [...] El hombre olvida su impotencia, y remeda la omnipotencia divina, ante el dolor inútil de otro hombre a quien tortura".

El reaccionario Gómez Dávila nació en Bogotá en 1913. Murió rodeado de libros en 1994. Una parte importante de su obra está ya traducida en Alemania e Italia, países en los que goza de cierto predicamento. Entre tanto, en España apenas si es conocido por unos pocos lectores curiosos gracias a una edición accesible de los "Sucesivos escolios a un texto implícito" (Áltera, 2002); edición que, dicho sea de paso, exigía una adecuada presentación de un autor de suyo desconcertante. Para sus compatriotas, enfangados en una mezcla de habermasianismo y socialdemocracia de cátedra a la española, don Colacho es todavía un ilustre desconocido.

La reedición bogotana (Villegas Editores, 2005) de los escolios completos –una bellísima caja con 6 tomos– constituye, sin duda, una ocasión única para acercarse a esta gran inteligencia hispanoamericana.

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