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Charles Krauthammer

Lo que fácil viene, fácil se va

Salir del agujero llevó a los demócratas años, ayudados en gran medida por senadores favorables a una defensa fuerte y a la Guerra del Golfo como Al Gore o Joe Lieberman. Todo se está deshaciendo por Irak.

Con la derrota de Joe Lieberman en las primarias del Partido Demócrata de Connecticut, las fuerzas antiguerra están dispuestas para la toma del partido. Esa arrolladora victoria y la fuerza y la legitimidad electorales ganadas pueden llevar a la enérgica nueva izquierda demócrata a un considerable éxito en noviembre.

Pero para el Partido Demócrata será una indulgencia cara y breve. La guerra de Irak terminará, al igual que la presidencia de Bush. Pero el conflicto mayor que define nuestros tiempos –la guerra contra el radicalismo islámico, conocida más educadamente como guerra contra el terrorismo– continuará, como el recién frustrado complot aéreo londinense nos recuerda. Y los sentimientos pacifistas que subyacen a la victoria de Ned Lamont en Connecticut demostrarán ser desastrosos a largo plazo para los Demócratas, considerando largo plazo algo tan cercano como noviembre de 2008.

Considere una analogía que los pacifistas adoran: Irak como Vietnam. Rechazo la premisa, pero asumamos que es cierta a efectos de examinar las consecuencias políticas de los movimientos pacifistas.

El movimiento contrario a la guerra de Vietnam tuvo sus éxitos políticos. Fueron, al igual que en Connecticut el martes, principalmente destructivos. Una presidencia demócrata fue destruida (la de Lyndon Johnson), al igual que la candidatura de su aspirante a sucesor, Hubert Humphrey.

Al igual que Irak, Vietnam fue escenario de una lucha global mayor –la lucha contra la Unión Soviética y sus clientes comunistas por todo el mundo– y a comienzos de los años setenta, el partido recién reformado por McGovern y los suyos tenía que afrontar desafíos de la Guerra Fría aún mayores que Vietnam. ¿Resultado? El desastre político.

El sentimiento anti-Vietnam dejó un pacifismo residual, una aversión a la intervención y un instinto de acomodo que demostró ser muy caro para los Demócratas durante los años siguientes. El ejemplo más notorio fue el empeño progresista en congelar los arsenales nucleares –la idea estratégica más irracional de nuestra historia– en contraposición a la forma en que Ronald Reagan plantó cara al despliegue soviético de misiles en Europa Oriental.

Al margen del éxito Carter de 1976 –un accidente idiosincrático post-Watergate– los demócratas tipo "echa la culpa a América" ni siquiera fueron rival en política exterior durante el resto de la Guerra Fría. No fue hasta la desaparición misma de la Unión Soviética que la ciudadanía americana confiaría de nuevo la Casa Blanca a un demócrata.

Salir del agujero llevó a los demócratas años, ayudados en gran medida por senadores favorables a una defensa fuerte y a la Guerra del Golfo como Al Gore o Joe Lieberman. Todo se está deshaciendo por Irak. El fervor pacifista latente en el partido ha vuelto a aflorar pidiendo venganza. En Connecticut, de forma bastante literal.

A corto plazo, al igual que en los días de Vietnam, habrá "éxitos" como la purga de los demócratas de toda la vida como Joe Lieberman. Podría haber victorias mayores. Podrían elegirse suficientes Ned Lamonts en suficientes estados para dar una o dos cámaras del Congreso a los demócratas. Pero hasta los beneficios a corto plazo son inciertos. Lamont podría no lograr su propio estado. Ganó a Lieberman por poco en un universo electoral propiedad de los demócratas. En noviembre, los independientes y los republicanos entran en el proceso de selección.

Pero incluso asumiendo algunas victorias a corto plazo, ¿dónde estarán los demócratas cuando la guerra haya terminado y el presidente Bush se haya ido?

Lamont decía en su discurso de victoria que ha llegado el momento de "solucionar la fracasada política exterior de George Bush". Pero, como señalaba Martin Peretz en el Wall Street Journal a propósito de Irán, con la inminente amenaza islamista, las opiniones de Lamont son ridículas. La alternativa de Lamont a la política de Bush sobre Irán es "incorporar aliados" y "utilizar palos y zanahorias".

¿Dónde ha estado este hombre? Los negociadores con Irán han tenido zanahorias saliendo por sus orejas a lo largo de tres años de negociaciones infructuosas. ¿Aliados? Dejamos que británicos, franceses y alemanes negociasen con Irán durante esos tres años, sólo para que Irán comenzase un enriquecimiento de uranio a marchas forzadas que continúa hasta la fecha.

Lamont parece creer que deberíamos sentarnos con los iraníes y mostrarles el motivo por el que convertirse en potencia nuclear no es una buena idea. Esta recuerda la inmortal reacción del senador William Borah en septiembre de 1939 al escuchar que Hitler había invadido Polonia para empezar la Segunda Guerra Mundial: "Dios, si hubiera podido hablar con Hitler todo esto podría haberse evitado".

Esta inocencia al servicio del acomodacionismo recuerda también a la endeble política exterior de la izquierda demócrata post Vietnam. Perdió el momento –perdió el país– frente a Ronald Reagan y una política exterior firme que al final ganó la Guerra Fría.

Vietnam costó a los demócratas 40 años en las tinieblas exteriores de la política exterior. El sentimiento anti-Irak proporcionó a los demócratas pacifistas una buena noche con la elección de Lamont y podría darles un buen año o dos. Pero más allá de eso, será desolación.

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