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EDITORIAL

Zapatero, el belicista incoherente

De una sola tacada Zapatero se contradice a sí mismo y vulnera sin arrugarse una ley que su Gobierno sacó adelante sin consenso alguno con la oposición. Incoherente a fuer de ilegal.

Sobran las razones para oponerse al envío de soldados españoles al Líbano. Todavía no se ha determinado la misión exacta que van a cumplir ni se han calibrado los riesgos de meter a un número tan grande de militares en una olla a presión. Zapatero no ha caído en detalles en los que cualquier Gobierno medianamente responsable ya hubiera pensado. No lo ha hecho porque tras la precipitada decisión de enviar un contingente a Oriente Medio no hay alianzas internacionales de por medio, ni se despachan asuntos de vital importancia para España. La intervención es, por lo tanto, innecesaria y fruto de la obsesión que el presidente tiene por hacer seguidismo de la política exterior francesa.

Nuestro Gobierno, que se ha convertido por méritos propios en un paria internacional, quiere utilizar a los soldados para arrimarse de nuevo a Francia, mostrándose sumiso con los dictados de París. Quiere, además, jugar a la equidistancia postulándose como adalid de la paz en el Líbano. Una paz ficticia que no tardará en romperse en mil añicos si los terroristas de Hezbolá perseveran en su maximalismo e intransigencia. Por último, a Zapatero le viene de perlas una operación de estas características para, dentro de España, poner la máquina de propaganda a funcionar. De este modo, por obra y gracia de sus medios adictos, el presidente pacifista se dispone a vender al crédulo telespectador sus ansias infinitas de paz mediante una brigada de soldados profesionales y armados hasta los dientes. Una paradoja sólo comprensible si se conocen antes las intrincadas maniobras de los estrategas de Moncloa.

Las prisas, sin embargo, son malas compañeras de viaje en política. Se le ha olvidado, por ejemplo, que hace menos de un año dijo solemnemente en el Pleno del Congreso que ningún soldado saldría de España sin la aprobación previa del Congreso de los Diputados. Pues bien, por de pronto, el ministro de Defensa acaba de enviar a 24 militares al Líbano sin que el Parlamento haya tenido siquiera tiempo de considerarlo. Eso por un lado. Por otro, en la Ley de Defensa Nacional aprobada hace sólo unos meses con el rodillo del PSOE y sus socios, se dice textualmente que "para ordenar operaciones en el exterior que no estén directamente relacionadas con la defensa de España o del interés nacional, el Gobierno realizará una consulta previa y recabará la autorización del Congreso de los Diputados."

De una sola tacada Zapatero se contradice a sí mismo y vulnera sin arrugarse una ley que su Gobierno sacó adelante sin consenso alguno con la oposición. Incoherente a fuer de ilegal. Antes de que el resto del contingente español salga para el Líbano, el Gobierno tiene previsto pedir autorización al Congreso, pero hasta en esto Zapatero está siendo desvergonzado. Por primera vez en casi treinta años de democracia no será el presidente quien solicite al Parlamento el plácet para la operación, sino un ministro, Alonso en este caso. Quizá no lo haga porque no quiere que le afeen la conducta de haberse saltado su propia ley. O quizá su ausencia se deba a que sus socios –que son, en buena parte, comunistas pro Hezbolá–, se lo han pedido para salvar la cara.

De este modo empieza una misión militar de altísimo riesgo. Entre improvisaciones, precipitación y chulería gubernamental. Sólo nos queda esperar que la urgencia y el mal agüero se queden aquí y nuestros soldados, llegado el momento, vuelvan sanos y salvos a casa.

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