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José García Domínguez

El efecto calderilla

Al fin, han consensuado una política de firmeza frente a la crisis de los cayucos. La solución consiste en aplicar severas sanciones económicas. Contra nosotros mismos, claro.

No lo adorna la suprema abyección moral del efecto Caldera, pues a nadie empuja a brindar con la muerte en medio del océano. Pero, a su manera, también mata. Menos ruin y letal, el efecto calderilla, su corolario, provoca el suicidio de la inteligencia. Es así como anula la capacidad para comprender que el tercermundismo ni es ni quiere ser una estrategia para el desarrollo, sino que su único fin es justo el contrario: eternizar un chantaje sentimental que sólo es eficaz gracias al propio subdesarrollo. El primero en escuchar su efecto llamada fue el Banco Mundial. E ideó algo llamado Iniciativa PPME, otro fajo de dólares más sacado de ese inmenso empedrado de buenas intenciones con que está decorado el Infierno.

El asunto consistía en facilitar que algunos gobiernos se viesen exonerados de renegociar permanentemente su deuda externa. ¿La fórmula? Perdonársela a cambio de media docena de buenas palabras para que se comprometieran de una vez a hacer algo por su gente. Se trataba de ser solidarios con los más endeudados. En consecuencia, los sátrapas que ya estaban muy empeñados, comprendieron que debían endeudarse mucho más, desmesuradamente más, hasta conseguir que sus créditos fuesen tan descomunalmente grandes como fuera posible. Pues ésa era la única vía segura –que sus deudas resultaran materialmente impagables– para que el Banco Mundial los seleccionase como aspirantes preferenciales a beneficiarse de su ocurrencia.

Por ejemplo, en Pakistán, los costes demenciales del programa de armamento nuclear hacen que los integristas sean incapaces de disponer de divisas con que financiar la importación de medicamentos y alimentos básicos para la población. Seguramente ése fue el argumento que arguyeron en su triunfal protocolo de adhesión al PPME. No se sabe cómo justificó en el suyo el Gobierno de Nigeria, aunque no hay que descartar que apelara a sus esfuerzos para extender la sharia, con especial atención a la lapidación de mujeres, en la zona musulmana del país. Por su parte, Senegal, que también fue agraciado con la pedrea del Banco Mundial, sólo habrá de enmarcar la foto del próximo cayuco a la deriva para volver a ganar en la siguiente rifa.

Han sido muchos los beneficiados. Así, al régimen de Tanzania también se le ha perdonado la deuda. Y ya lo están celebrando por todo lo alto. Para empezar, el Ejército acaba de fundirse 40 millones de euros en importar un sofisticado sistema electrónico de control de tráfico para vehículos militares. A su vez, los cien millones de dólares que se han destinado a Nigeria no han impedido que el país sea mucho más pobre hoy que a principios de los setenta. Y tampoco la renta por habitante de Zambia ha crecido ni un milímetro tras regalarle a su dictador más de dos mil millones de dólares.

Pero, aquí, hemos aprendido la lección. De ahí que PSOE y PP se hayan puesto de acuerdo en que lo de Caldera se resuelve con calderilla. Hay que incrementar las ayudas a los países de origen, sobre todo a los que se niegan a admitir las repatriaciones de sus propios ciudadanos, peroran al alimón. Al fin, han consensuado una política de firmeza frente a la crisis de los cayucos. La solución consiste en aplicar severas sanciones económicas. Contra nosotros mismos, claro.

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