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Juan Manuel Rodríguez

"¡Defensa, defensa, defensa!"

Navarro, Garbajosa, Jiménez... todos perdieron el miedo a fallar. Y, con esa defensa, sin duda merecedora de estudio en todas y cada una de las escuelas de baloncesto del mundo, llegó al final la perfección en el baloncesto de ataque.

Dicen que algunos entrenadores de la escuela yugoslava exigían a sus alumnos que fallaran adrede cuando lanzaban a canasta. Recuerdo que cuando oí esa anécdota por primera vez pensé que, independientemente de que fuera verdadera o falsa, encerraba una idea ciertamente original y que resaltaba la importancia que tiene el factor psicológico en el deporte de élite. Imagino que aquellos forjadores de futuros profesionales del baloncesto pensarían que, obligándoles a fallar, llegaría un momento determinado en que aquellos chavales simplemente perderían el miedo a hacerlo. Así de sencillo y así de enrevesado a la vez. Sin miedo, teóricamente no debería producirse el fallo.
 
Los aficionados de la NBA, la genuina cuna del baloncesto-espectáculo, disfrutan con la defensa de su equipo tanto o más que puedan hacerlo con un triple en el último segundo o uno de esos pases espectaculares a que nos tienen acostumbrados. La jalean incluso: "¡defensa, defensa, defensa!"... Con una buena defensa logras dos objetivos al mismo tiempo; el primero es de auténtico Perogrullo ya que, defendiendo muy bien, dificultas que anote tu rival. Mientras que el segundo nos conduce de nuevo directamente a la anécdota yugoslava que contaba al principio: defendiendo muy bien logras también que tu equipo pierda el miedo a fallar en ataque. Y sin el miedo, en teoría, no debe producirse el fallo.
 
No creo que haga falta insistir demasiado en el hecho de que Pepu Hernández es un verdadero obseso de la defensa, casi un enfermo. Ni tampoco en que esa defensa realizada por nuestra selección de baloncesto sobre todo en los dos primeros cuartos del partido, una defensa magistral, completa, hermosa, admirable y madura, fabricó la rotunda victoria ante Grecia, un equipo al que, paradójicamente, Estados Unidos, quizás demasiado seguro de su juego de ataque, consintió que anotara con demasiada facilidad. Así, el talento ofensivo heleno, algo limitado, acabó estrellándose una y otra vez contra el dique dibujado por Pepu sobre la pizarra antes de comenzar el partido.
 
Navarro, Garbajosa, Jiménez... todos perdieron el miedo a fallar. Y, con esa defensa, sin duda merecedora de estudio en todas y cada una de las escuelas de baloncesto del mundo, llegó al final la perfección en el baloncesto de ataque. Fácil y difícil a la vez.
 
En la final, por cierto, estuvo presente Pau Gasol, vaya que si lo estuvo. Estuvo presente desde el minuto 1 hasta el minuto 40. Y no estoy hablando de su presencia en el banquillo. Es esta la culminación del éxito de una generación que lidera indiscutiblemente el extraordinario jugador de los Grizzlies, uno de los talentos deportivos españoles más importantes de toda la historia. Estaba claro que la semifinal contra Argentina no habría podido ganarse nunca por 25 puntos de diferencia, pero la final, casi, casi. Por 23. Tranquilos campeones, tranquilos, porque acabó el partido y ya podéis dejar de defender.

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