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José García Domínguez

No a la guerra

Y cuando ese día llegue, que llegará, el Partido de Dios tampoco esperará a la bendición de Kofi Annan para hacer blanco en sus azules dianas. Entonces, todo el mundo buscará coartadas con que estar a la altura de las circunstancias.

Ellos nunca dan puntadas sin hilo. Jamás. Por eso, Felipe González ya no encuentra motivo alguno en el mapa de Oriente Medio para que los huérfanos inconsolables de Jomeini no dispongan de una bomba atómica. O de cien. O de mil, qué más da. A fin de cuentas el anhelo de barrer a los judíos de la faz de la tierra supone una opción tan legítima como cualquier otra. Tan legítima como apelar a la suprema razón de Estado para permanecer en la OTAN. Tan legítima como repudiarla con asco cuando así convino al sagrado interés electoral del partido. Tan legítima como, en nombre de la paz, bombardear a Sadam durante la primera contienda de Irak.

Tan legítima como amotinarse contra la guerra frente a la no participación de España en la segunda. Tan legítima como abrir los telediarios llamando a la deserción de todos los ejércitos que combaten al islamismo en tierras del Profeta. Tan legítima como cerrarlos después ocultando que nadie arriesga más soldados que Zapatero en los mil frentes de la Yihad. Tan legítima como haber enviado efectivos al Líbano a espaldas del Parlamento Y tan legítima, claro, como volver a salir corriendo, otra vez, en cuanto empiece el goteo continuo de féretros con crespón negro en horario de máxima audiencia. Que de ahí esas delicadísimas puntaditas preventivas de Felipe en las sayas de los ayatolás.

Pues quién mejor que el viejo rey de los tahúres, si de lo que se trata es de jugar a dos barajas sin descomponer ni la estampa ni la estampita, no vaya a ser que los membrillos descubran dónde está la sota. Porque igual que esa bomba nunca se podría armar con licencia de la ONU, tampoco habrá de ser desactivada merced a un mandato de Siria, Libia, Corea del Norte, Cuba, Venezuela, el sátrapa de turno con asiento rotatorio en el Consejo de Seguridad y el resto de ese club de autócratas cleptómanos que piadosamente llaman comunidad internacional. Como siempre, deberán inutilizarla los mismos que llevan salvando a Occidente de sí mismo desde los tiempos en que el cabo Hitler diera en emplearse como animador de tertulias por las cervecerías de Berlín.

Y cuando ese día llegue, que llegará, el Partido de Dios tampoco esperará a la bendición de Kofi Annan para hacer blanco en sus azules dianas. Entonces, todo el mundo buscará coartadas con que estar a la altura de las circunstancias. Todos, salvo Zapatero, que ya dispondrá de la suya para alejarseau dessus de la mêlè:la certera puntada de Felipe ante los vicarios del Misericordioso en Persia. Ese divino derecho a aparear protones contra la Civilización, violado, una vez más, por el imperialismo yanki y sus cómplices domésticos, los belicistas del PP. Ya se pueden ir preparando en las sedes. Pero antes, a votar sí en el Congreso. Sin falta.

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