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David Pérez

Balance político estival

La débil presión exterior ejercida por España para contener este fenómeno se une a la arbitraria política de distribución de inmigrantes entre comunidades autónomas, consistentes en concentrarlos en las gobernadas por el PP sin aviso previo.

Si analizamos los asuntos que han centrado la actualidad nacional durante este verano tenemos que referirnos a cuatro: La crisis del aeropuerto del Prat, los incendios de Galicia, la inmigración masiva y la escalada de desafíos de Batasuna-ETA.

Estos acontecimientos pueden analizarse desde sus causas y consecuencias, aunque yo quiero centrarme en la manera que ha tenido el Gobierno de Zapatero de gestionarlos, si es que a eso se le puede llamar gestión. Si hay algo que deba exigirse a un Gobierno es que sepa gestionar, porque todos sabemos que es más fácil agarrar una pancarta o lanzar una propuesta ocurrente y polémica que reducir el paro del 22,8 que había en 1996 al 11,5 que logró el PP en 2004, por ejemplo.

Lo sucedido en el aeropuerto del Prat es un ejemplo de cómo no debe gestionarse una crisis. La perfecta inoperancia demostrada por el Gobierno puso en riesgo la seguridad aérea y paralizó el aeropuerto con un enorme perjuicio para los usuarios y para la imagen de nuestro país. Todavía nadie ha entendido por qué Rubalcaba, acaso ocupado en otros menesteres, no tomó ninguna medida para desalojar las pistas, ni por qué el presidente de Aena, Manuel Azuaga, aún continúa en su puesto, especialmente tras la desastrosa puesta en marcha de la Terminal 4 de Madrid.

Respecto a los incendios de Galicia, la gestión socialista no ha sido mucho mejor. Las obsesiones nacionalistas y la permisividad de los socialistas hicieron estragos en la red de extinción de incendios: aplicación de criterios idiomáticos, falta de coordinación, rescisión de un contrato con el Ejército que el año pasado permitió extinguir doscientos incendios por sólo 37 millones de pesetas alegando falta de presupuesto (causaría indignación analizar a qué está dedicando Touriño el dinero), por no hablar de las incalificables teorías ministeriales conspirativas sobre tramas –con la intención deplorable de culpar al PP– o sociológicas –atribuyendo los incendios al "atraso" de los gallegos–, los retrasos en las ayudas, etcétera.

La gestión de la avalancha de inmigrantes es la historia de un despropósito que hunde sus raíces en la propia política socialista; no es una crisis sobrevenida sino provocada por un efecto llamada provocado por el Gobierno de Zapatero. La débil presión exterior ejercida por España para contener este fenómeno se une a la arbitraria política de distribución de inmigrantes entre comunidades autónomas, consistentes en concentrarlos en las gobernadas por el PP sin aviso previo (hasta el 85% de los que llegan desde Canarias, por ejemplo), dificultando la habilitación de medidas y recursos para su integración. Estamos ante otro ejemplo de inoperancia socialista. Y no olvidemos que por cada euro que Zapatero dedica a la inmigración, la Comunidad de Madrid dedica 40, por lo que de solidaridad no tiene que venir el PSOE a dar lecciones a las autonomías populares, dispuestas siempre a la acogida pero no a este abuso socialista.

La gestión del proceso de "negociación" con ETA no es menos desconcertante. Nunca había estado tan crecida Batasuna como ahora. Los españoles asistimos con desaliento a esa sucesión de triquiñuelas legales que les permiten manifestarse y recobrar el terreno que habían perdido tras años de lucha y sufrimiento. Pero no son los jueces los culpables, sino un Gobierno que no tiene ninguna voluntad en intervenir para poner freno a este abuso de los violentos, no vaya a ser que se molesten. ¿Y los españoles? ¿Y las víctimas? ¿No importa que se sientan indefensos ante los violentos?

Así gestiona el PSOE. Probablemente el Gobierno de Zapatero también haya hecho algo bueno durante este verano. No me consta, pero seguro que el PSOE se encargará de vender alguna ocurrencia más o menos progresista y poner toda su maquinaria mediática a machacar la cabeza de los españoles con su propaganda hasta hacernos creer que lo de E.On ha sido un éxito, que el PP y las víctimas del terrorismo son un obstáculo para la paz, que nuestra política exterior es fantástica y que menos mal que llegó Zapatero a traernos la verdad, la paz y el progreso.

Pero el desaliento de los ciudadanos es mayor cuando el último responsable de este desgobierno comienza a hablar, porque entre propaganda barata, mentira descarada, irresponsabilidad manifiesta y lugares comunes apenas queda espacio alguno en su discurso para la verdad, ese elixir que no llega y que podría mitigar tanto desencanto e incertidumbre.

En España

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