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Fundación Heritage

Ampliemos el enfoque de la lucha antiterrorista

Sin una visión más amplia para contraatacar al terrorismo, el presidente Musharraf no alcanzará el objetivo de un Pakistán educado, moderado y seguramente el mundo civilizado tendrá que sufrir más masacres y destrucción.

Lisa Curtis

Las dos importantes tramas de terrorismo en las últimas semanas resaltan el papel central de Pakistán en la lucha contra el terrorismo global; un papel que podría ser mayor y más efectivo si los funcionarios en Washington e Islamabad dieran los pasos correctos.

Una de esas tramas –el plan de volar en pleno vuelo aviones comerciales entre Gran Bretaña y Estados Unidos– se frustró porque las agencias de seguridad británicas, norteamericanas y pakistaníes trabajaron juntas. La otra trama –la serie de atentados del 11 de julio que mató a casi 200 personas en trenes de cercanías en Mumbai, India– se ha relacionado con un grupo terrorista que opera en Pakistán, según indican funcionarios indios.

La cooperación pakistaní de contraterrorismo desde el 11 de septiembre de 2001 ha sido vital para degradar la capacidad de Al Qaeda de planificar y ejecutar actos catastróficos de terror. Islamabad ha arrestado a varios líderes clave de Al Qaeda y ha conducido operaciones militares en áreas tribales a lo largo de la frontera Pakistán-Afganistán que han resultado en la muerte de cientos de soldados pakistaníes.

Aún así, la trama de los aviones y los atentados de Mumbai, ambos con vínculos a grupos terroristas en Pakistán, debería impulsar a los que determinan la política americana a pensar más críticamente sobre cómo trabajar con Pakistán para abordar los crecientes peligros del extremismo y la militancia en ese país. Atacar esos problemas ahora determinará el éxito a más largo plazo de la lucha contra el terrorismo global.

Estados Unidos debe convencer a Pakistán para que condene el uso de la violencia con objetivos políticos y desbaratar a los grupos con base en Pakistán que operan en Cachemira. Han surgido diversos informes sobre una de las principales figuras involucradas en la trama de los aviones –el ciudadano británico Rashid Rauf, arrestado en Pakistán hace dos semanas– había sido miembro de la banda terrorista de Cachemira Jaish-e-Mohammed (JEM) con base en Pakistán. El país ha prohibido oficialmente a grupos como JEM y Lashkar-e-Tayyiba (LET, ahora conocido como Jamaat ul Dawa) pero ha tomado pocas decisiones concretas para acabar con sus actividades.

El presidente Pervez Musharraf, víctima de por lo menos dos intentos de asesinato, debería comprender el peligro que los grupos militantes radicales representan para su país. Sin embargo, sigue haciendo la distinción entre Al Qaeda y los grupos radicales que luchan en Cachemira, aparentemente en la creencia de que enfrentarse a las bandas terroristas de Cachemira de forma gradual será mejor para los intereses de su país. Lamentablemente el tiempo no está de su lado. Cuanto más tiempo existan esos grupos, más apoyos atraerán, más radicales se pondrán y más fusionarán ideología y operaciones con las de Al Qaeda.

El arresto del 9 de agosto en Pakistán del líder del LET, Hafiz Mohammad Sayeed, es un paso en la dirección correcta pero el gobierno debe seguir presionando a estos grupos cerrando sus campos de entrenamiento, restringiendo sus fuentes de financiación, confiscando sus armas y destruyendo su capacidad de propagar su mensaje violento y extremo. La acción firme contra el LET también ayudará a rebajar tensiones con la India, país que repetidas veces ha mostrado su preocupación a causa de ese grupo porque sospecha que incluso podría estar relacionado con los atentados de Mumbai. Estos pasos serán, sin duda, un desafío político para Musharraf, pero la decisión sin precedentes de la Administración Bush de vender aviones F-16 a Pakistán es una demostración significativa de nuestro apoyo y da a Musharraf argumentos para responder a los críticos que dudan de los beneficios de una relación más amplia con Estados Unidos.

Para mejorar la opinión pakistaní sobre Estados Unidos, necesitamos estructurar nuestros programas de asistencia de forma tal que se vea que los apoyos norteamericanos mejoran las vidas de los ciudadanos pakistaníes de a pie y que no son simplemente una forma de comprar apoyo del régimen para lograr su cooperación contra el terrorismo. La ayuda económica de Estados Unidos a Pakistán desde el 11-S se ha basado principalmente en condonación de la deuda y apoyo presupuestario directo en lugar de proyectos de desarrollo que sí tocan a las bases de la sociedad y ayudan a la construcción de la institución democrática.

La gran respuesta del gobierno estadounidense frente al terremoto devastador que sacudió a Pakistán el 8 de octubre de 2005 muestra cómo nuestra ayuda puede ayudar a formar actitudes hacia los norteamericanos. Una encuesta de la ONG Terror Free Tomorrow indica que el número de pakistaníes con opinión favorable a Estados Unidos se duplicó del 23% al 46% en noviembre de 2005. Pero no debería ser que debido a una catástrofe natural los pakistaníes entiendan que Estados Unidos se preocupa por ellos. Necesitamos pensar más detalladamente sobre la manera con la que se puede influir en la opinión pública mediante nuestro programa de ayuda, multimillonario y permanente.

Para conseguir más éxitos en la guerra contra el terrorismo como es el caso de la frustrada trama de los aviones, Estados Unidos debe seguir adelante con su fuerte compromiso de alto nivel con Pakistán. Uno de los principales objetivos debería ser conseguir que Pakistán tome durísimas medidas contra los grupos domésticos que propagan la violencia, menoscaban los valores de la paz y la moderación y apoyan la ideología destructiva y llena de odio de al Qaeda.

Sin una visión más amplia para contraatacar al terrorismo, el presidente Musharraf no alcanzará el objetivo de un Pakistán educado, moderado y seguramente el mundo civilizado tendrá que sufrir más masacres y destrucción.

©2006 The Heritage Foundation
* Traducido por Miryam Lindberg

Lisa Curtis es miembro del equipo de investigación de la Fundación Heritage.

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