Hace ahora cuatro años saltó a la prensa la desconcertante noticia de que unos científicos alemanes habían encontrado un pez mutante en un embalse del río Ebro cercano a la central nuclear de Garoña. Se dijo incluso que el hallazgo iba a ser publicado en la revista Science, pero no pasó de ahí, y no lo hizo porque todo era una simple fabulación de Ecologistas en Acción. No existía tal pez ni, naturalmente, los científicos que con germánico rigor habían dado con él. El bulo, tal y como reconoció el entonces portavoz de la organización, fue inventado para dar un "buen golpe de efecto" días antes de una concentración ecologista ante las puertas de la central.
La historia del pez mutante es, no por extraña, menos indicativa de los medios que los lobbies ecologistas utilizan para salirse con la suya. De Garoña han dicho de todo y casi nada cierto. Ahora les ha llegado el momento del descabello y, como hicieron en Zorita hace unos meses, recoger lo sembrado durante décadas. El objetivo de grupos de iluminados como Ecologistas en Acción es cerrar todas las centrales nucleares de España, sin más razones que su propia animadversión al progreso y la modernidad. Por eso mienten tan a menudo. Por eso son alérgicos al debate serio y a confrontar sus mitos con la realidad.
Cerrar Garoña sería un disparate y una muestra más de que este Gobierno no tiene los pies sobre la tierra. Produce el 2,5% de la energía que España consume anualmente, y lo hace de un modo seguro, limpio y barato. Lo mismo podría decirse del resto de centrales nucleares actualmente operativas en nuestro país. Estos son los hechos. No hay trampa ni cartón, ni bulos, ni peces mutantes. La verdad es tozuda para quien no quiere oírla. Garoña puede seguir funcionando. Está en condiciones de seguir suministrando, a un coste muy reducido y sin emisiones contaminantes, el precioso fluido eléctrico que mantiene el bienestar de todos y hace posible el progreso del país.
