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EDITORIAL

Venga, ahora a hacer la paz

No está demasiado claro que soldados que reciben órdenes de Chirac o Zapatero vayan a jugarse el tipo para defender el derecho de Israel a existir sin ser atacado por un grupo terrorista situado en un país vecino.

Nasralá, el líder de la organización terrorista Hezbolá, ha declarado su sana intención de no rendirse ni entregar las armas, explicando que ningún ejército del mundo sería capaz de desarmar a su banda. El caso es que entre los ejércitos del mundo con ese mandato está el español. Tal y como desveló Gustavo de Arístegui, las fuerzas de la ONU tendrán la misión de llevar a cabo un embargo total de armas, capacitación y adiestramiento de Hezbolá. Su líder, delante de miles de seguidores, ya ha expresado que no se va a dejar. ¿Qué harán las fuerzas allí destacadas y, en concreto, las españolas?

La historia reciente de las actuaciones de las fuerzas de la ONU en la zona no es precisamente esperanzadora. Hace pocos años un grupo de terroristas llevó a cabo una acción similar a la que desató las represalias de Israel. Disfrazados con uniformes de observadores de Naciones Unidas, atacaron a una patrulla y secuestraron a tres de sus integrantes, malheridos. Observadores de la ONU grabaron todo en vídeo pero sus jefes se negaron primero a reconocer la existencia de la cinta y sólo un año después aceptaron mostrársela a los israelíes, eso sí, con la cara de los terroristas oculta porque había que preservar la "neutralidad", impidiendo así que pudiera recogerse cualquier pista. Un par de años después, Hezbolá devolvió los cadáveres a cambio de unos presos. Y después se supo que cuatro miembros del contingente de la ONU habían colaborado con los terroristas informando de la localización de la patrulla israelí.

No nos cabe ninguna duda de que las tropas españolas no llegarán nunca a verse envueltas en actos tan despreciables. Pero tendrán que trabajar en una zona donde Hezbolá se rearmará abiertamente, como hizo en los años anteriores al reciente conflicto. Y deberá elegir entre cerrar los ojos, como hizo la anterior fuerza de la ONU durante años, o evitarlo. Si se escoge la primera opción, su presencia tan sólo servirá para retrasar y hacer más sangriento el próximo e inevitable enfrentamiento con Israel, el país que han jurado destruir. Si los líderes políticos de las tropas allí destacadas optan, en cambio, por la segunda, muchos soldados españoles morirán en enfrentamientos con los terroristas de Hezbolá. Y es dudoso que el gobierno de la "paz" pueda soportar políticamente la recepción de esos ataúdes. O, mejor dicho, sería difícil si no fuera de izquierdas y no fuera a recibir las bendiciones de los mismos que hervían de indignación porque acudiéramos a la reconstrucción de Irak, que no a la guerra.

Debería estar claro que deben hacer allí nuestras tropas: responder al desafío de Nasralá. Sólo la lucha contra el terrorismo islamista, y la ayuda a que el Líbano pueda volver a ser una país libre y democrático, puede justificar la presencia de nuestros militares. Pero no está demasiado claro que soldados que reciben órdenes de Chirac o Zapatero vayan a jugarse el tipo para defender el derecho de Israel a existir sin ser atacado por un grupo terrorista situado en un país vecino. Mientras no tengamos noticias de operaciones destinadas a destruir esos 20.000 cohetes que Hezbolá asegura tener en su poder, habremos de temer que hemos ido para que en el futuro la guerra sea aún peor que la de este verano. Y para poder volver a echarle la culpa a Israel de la misma, claro.

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