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Jeff Jacoby

Democracia para torpes

"Si una nación espera ser ignorante y libre", escribía Thomas Jefferson en 1816, "espera lo que nunca se dio ni se dará". Si estaba en lo cierto, la libertad norteamericana se va de cabeza al barranco.

Las colecciones de libros autodidactas "para torpes", que empezaron con "DOS para torpes" en 1991, abarca ya más de 1000 títulos. Diga lo que se le ocurra, que John Wiley & Sons lo habrá publicado ya; Fondos de inversión para torpes, Lactancia para torpes, Carreras de Fórmula 1 para torpes, El Papa Juan Pablo II para torpes y hasta Loros para torpes. Y siempre hay más de camino. El editor "produce 200 títulos nuevos para torpes al año", informa Rachel Donadio en el New York Times Book Review. "A ese ritmo, pronto habrá más libros para torpes en el mercado que torpes para leerlos".

Qué más quisiera. Desafortunadamente, la reserva nacional de torpes no parece estar en peligro de secarse.

La evidencia más reciente de la creciente torpeza mental de la vida norteamericana proviene del Intercollegiate Studies Institute, una venerable organización que promueve los valores clásicos en la educación superior. Como parte de un programa para reforzar la comprensión de la historia y las instituciones políticas de Estados Unidos –lo que llama "alfabetización cívica"– el ISI le hizo una prueba a más de 14.000 estudiantes tanto de primer año como de cursos posteriores, elegidos al azar en 50 universidades de todo el país. A los estudiantes se les entregaron 60 cuestionarios tipo test, poniendo a prueba su conocimiento de la historia norteamericana, el gobierno, los asuntos exteriores y la economía. Los resultados fueron atroces.

El novato medio suspende el examen con holgura, respondiendo correctamente apenas al 51,7% de las preguntas. La puntuación media entre los más mayores es igualmente patética: 53,2%. En la escala tradicional de evaluación, notas como esas reciben un suspenso. Incluso en los centros universitarios cuyos estudiantes obtuvieron las notas más altas, la puntuación media de los que llevan más de un año estudiando en la universidad se encontraba por debajo de 70%; un suficiente en el mejor de los casos.

Esto no era un examen de historia antigua o de inefable teoría política. Se centraba en lo que debería ser el centro de la cultura popular americana. Por ejemplo, una pregunta planteaba la fuente de la frase "Sostenemos que estas verdades son evidentes por sí mismas, que todos los hombres son creados iguales". Había cinco opciones -- el Federalist, el Preámbulo de la Constitución, el Manifiesto Comunista, la Declaración de Independencia, o la inscripción de la Estatua de la Libertad. Más de la mitad de los universitarios no supo la respuesta correcta: la Declaración de Independencia.

Otra pregunta: "¿Cuál de las siguientes fue una alianza para resistir la expansión soviética -- Naciones Unidas, la Liga de Naciones, la Organización del Tratado Atlántico Norte, el Pacto de Varsovia o los Tigres Asiáticos?" La respuesta, por supuesto, es la OTAN. Más de la mitad respondió mal esa, también.

Increíblemente, el 51% no sabía que la Carta de Derechos prohíbe expresamente el establecimiento de una religión nacional. Una proporción aún mayor, el 55%, no sabía que la batalla que puso fin a la Revolución Americana se libró en Yorktown (el 28% eligió Gettysburg). Ocho de cada diez no supo identificar la Seguridad Social como el mayor gasto gubernamental federal. Incluso con la presente guerra en Irak, menos de la mitad reconocía al Partido Ba'az como la principal plataforma de apoyo político de Saddam Hussein.

"Si una nación espera ser ignorante y libre", escribía Thomas Jefferson en 1816, "espera lo que nunca se dio ni se dará". Si estaba en lo cierto, la libertad norteamericana se va de cabeza al barranco. El ISI se sobrecogió al descubrir que en casi un tercio de los centros examinados, los alumnos de cursos superiores obtenían notas inferiores a los de primer año. O bien habían olvidado lo que traían aprendido de casa al entrar, concluye el informe, "o más probablemente han sido mal enseñados por sus profesores". ¿Y dónde se concentra esta torpeza cívica? En su mayoría en las universidades más selectivas de entre las 50 examinadas, incluyendo Yale, Duke, Georgetown, Brown o Berkeley.

Por un montante de hasta 40.000 dólares al año, los estudiantes matriculados en tales centros pueden contar con una completa exposición a todos los clichés del progresismo políticamente correcto, desde la diversidad al secularismo pasando por los derechos de los homosexuales hasta el calentamiento global. Pero tienen enormes posibilidades de acabar los cuatro años sabiendo aún menos de la historia y las instituciones civiles de Estados Unidos de lo que sabían al entrar.

Como observaba Jefferson, la supervivencia de la libertad democrática exige un público formado. ¿Tenemos uno aún en Estados Unidos? "Nosotros... entendemos como axiomático", advertía en 1998 la Task Force on Civic Education de la Asociación Americana de Ciencias Políticas, "que los presentes niveles de conocimiento político, implicación política y entusiasmo político son tan bajos como para amenazar la vitalidad y la estabilidad de la política democrática en Estados Unidos". La apatía cívica, especialmente entre los jóvenes, es hoy la norma. La mayor parte de los estudiantes universitarios no vota, no se implica en campañas políticas y no sigue los asuntos públicos.

Mientras la sangre y los fondos americanos son sacrificados para alimentar la libertad y la democracia en el extranjero, las habilidades cívicas de las que dependen nuestra libertad y nuestra democracia se evaporan lentamente. QuizáJohn Wiley & Sonsdebería añadir un título más a su extensa lista: "Supervivencia democrática para torpes".

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