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José García Domínguez

Sobre la ficción nacional andaluza

Por lo demás, tras la confesión del jefe, el que Javier Arenas sea capaz de incurrir a la vez en siete de las ocho clases de mentiras que catalogara San Agustín de Hipona hasta se nos antoja pecado venial.

A estas horas aún no sabe uno qué le ha resultado más desolador de esa solemne sesión del Congreso que acaba de reírle la guasa nacional andaluza a ZP. Y es que lo de menos ya resulta el chiste de los compadres de Córdoba que dicen que firmaron el manifiesto ese. Lo verdaderamente demoledor ha sido descubrir que un hombre de cultura tan vasta como Mariano Rajoy no haya leído a Lewis Carroll. Porque de algo sí nos ha convencido don Mariano con su asentimiento a tunear los estatutos con un "adorno estético" nacional: de que no conoce ni a Alicia, ni al conejo, ni aquel País de las Maravillas que, por desventura, tanto se parece a éste de los mil demonios que aspira a dirigir.

De ahí que en su discurso incurriese en el olvido de la lección de ciencia política más importante que se haya dictado jamás; una que no enseña ningún tratado de derecho sino un falso cuento para falsos niños; la que aprendió Alicia justo en el instante de adentrarse al otro lado del espejo; ésta que por sí sola eleva al pequeño Humpty Dumpty por encima de Hegel, Montesquieu, Rousseau y Hobbes juntos:

– Cuando yo uso una palabra –dijo Humpty Dumpty– esa palabra significa lo que yo quiero que signifique.
– La cuestión es –dijo Alicia– si se puede hacer que las palabras signifiquen cosas distintas.
– La cuestión –replicó Humpty Dumpty– es saber quién manda. Eso es todo.

Por lo demás, tras la confesión del jefe, el que Javier Arenas sea capaz de incurrir a la vez en siete de las ocho clases de mentiras que catalogara San Agustín de Hipona hasta se nos antoja pecado venial. Pues en el primer y más grave embuste que tabuló el santo –la falsificación teológica– aún no nos consta que ande metido don Javier. Pero, de ahí para abajo, no se salta ni uno. Empezando por el mero deseo de engañar –la cuarta en la jerarquía de las falacias-; que no otra es la tinta invisible con la que Arenas ha reescrito el artículo dos de la Constitución.

Siguiendo por la tercera bola del vademécum trolero – las patrañas que causan daño a uno (mismo) y provecho a otro-; que por algo andará tan feliz el PSOE desde ayer. Continuando por la quinta mendacidad del canon agustino, los engaños placenteros y divertidos; que son esos cuentos de hadas que mejoran las fantasías de Herodoto; los del tipo: "Creedme, había un peligro terrible, que os lo digo yo. Que sí, que Chaves se ha vuelto abertzale y no iba de farol. Qué va, si no llega a ser por mí, hubiera proclamado el Estado Independiente Andaluz. Palabra". Y acabando por la segunda de las mendacidades fatales en el orden del discípulo de San Ambrosio: las que perjudican a muchos sin beneficio de nadie; que también ésa más pronto que tarde se le ha de descubrir. ¡Y que aún vaya pregonando por ahí que no se condenará!

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