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José Antonio Martínez-Abarca

Ratas en el castell

La discusión política, la falta de consenso, el justicierismo, la impertinencia, la cizaña, la mala hierba y, lo peor de todo, el parlamentarismo a cara descubierta han entrado en mala hora en la sede del Ateneo, perdón, del aplausódromo.

Hay que ser un poco corto para no coincidir absolutamente con el portavoz del Bloque Nacionalista Galego en el Congreso de los Diputados, en su opinión de los tres escaños conseguidos por los ciutadans tras las elecciones catalanas. "Es muy peligroso", dice. Y tan peligroso. De hecho, lo más peligroso que se recuerda para la estabilidad de las instituciones salidas del reparto de la saca de España por lo menos desde que el presidente Zapatero aprendió a usar la navaja barbera para perfilarse el aire de parvulitos de su peinado, alejándola de su gaznate y de la posibilidad no del todo lamentable, seamos sinceros, de un accidente.

A partir de ahora, con la entrada de la brigada de limpieza en el Parlament se va a hablar por primera vez en mucho tiempo de cosas, nada menos, e incluso los ciudadanos corremos serio riesgo de escuchar alguna. Qué va a pensar el ABC, incansable vigía del "estado de cosas realmente existente". Espeluzna de sólo representárselo, pero se pueden repetir aquellos desagradables días de confrontación en que, como me contaba ya hace algunos años Aleix Vidal-Quadras (entonces líder catalán de un PP en que la segunda sigla no había vuelto a ser de nuevo el "pandillar" del humorista Forges), nada menos que el president de la Generalitat le acompasaba en la tribuna sus discursos "populistas", que diría el pulido Piqué, musitando para que la televisión leyera en sus labios, "fill de puta... fill de puta". ¿Cómo tendría que poner Vidal-Quadras al honorable para que perdiera el seny de aquella manera?, se habrá preguntado más de una vez el también honorable Piqué, premio Carod-Rovira a la forma edificante de ejercer la oposición.

Un Piqué que, lo cortés no quita lo histérico, demostró en la noche electoral que su aparente sangre fría es falsa y que su estratégica diplomacia sólo deriva del pancismo, no del maquiavelismo. Ni los del PSOE de Puerto Hurraco, vamos, ni Jordi Mollá en el papel del comisario José Amedo ha creído nunca, como parece creer el líder del PP catalán, que a la prensa libre se le puede reclamar la falta de apoyo político en campaña, como si su papel fuera el de maceros de una procesión. El CAC al lado de este Piqué de la noche electoral es el jurado del Pulitzer.

La discusión política, la falta de consenso, el justicierismo, la impertinencia, la cizaña, la mala hierba, y lo peor de todo, el parlamentarismo a cara descubierta han entrado en mala hora en la sede del Ateneo, perdón, del aplausódromo, tras los resultados de las elecciones catalanas. Un fantasma recorre el tres por ciento menos IVA.

Si Artur Mas, que parece físicamente algo así como lo que pudieron salvar electoralmente los Kennedy en la tragedia del puente de Chappakiddick, se hubiese disfrazado para este último Halloween del personaje del conde von Krolock (trasunto irónico del aristocratismo nazi), aparecido en El baile de los vampiros del judío Polanski, diría de los ciutadans aquello tan siniestramente altivo: "de modo que es así como las ratas entran en mi castillo..." Sí, así es, señor Mas. Han entrado hasta la cocina. Y el almacén de grano va a empezar a descender, porque las ratas meten sus hocicos donde hasta ahora todo era salvo. La política catalana, quién lo diría, ya no es un lugar seguro.

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