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Pecar de ingenuos

No sólo hay que esperar pocos cambios en la política internacional norteamericana sino que, si los hay, puede que no les gusten.

Nos tenían engañados. Los líderes políticos europeos nos habían dicho que últimamente las relaciones entre Europa y Estados Unidos habían mejorado notablemente. El ir y venir de jefes de Estado y ministros de países europeos a Washington y los afables posados ante la prensa así lo presagiaban. El propio presidente de la Comisión Europea dijo el pasado junio, en la cumbre entre UE y EEUU en Viena, que "las relaciones entre Europa y EEUU se han fortalecido de forma considerable en el último año y estamos trabajando juntos de forma sistemática para hacer frente a desafíos comunes de naturaleza económica, política y medioambiental". Sin embargo parece que no era así, dado el entusiasmo con el que muchos europeos han recibido la derrota republicana. La guinda ha llegado además con la dimisión del secretario de Defensa, Donald Rumsfeld, el de la vieja y la nueva Europa.

Los europeos creen que la derrota de Bush le obliga no sólo a negociar con los demócratas sino también con Europa, porque creen que en parte es también una victoria suya, con el trasfondo de la guerra de Irak y la política exterior de la administración republicana. Sin embargo, las encuestas a pie de urna revelaron que los americanos situaban la guerra en Irak en el cuarto lugar de los asuntos concluyentes a la hora de decidir el voto, detrás de la corrupción, el terrorismo y la economía. Pero en el viejo continente eso no importa. Según los socialistas del Parlamento Europeo, la derrota republicana es el principio del fin de seis años de pesadilla para el mundo y dicen que ahora Europa puede asociarse con Washington a favor de la paz y el desarrollo mundial. El ministro de Exteriores italiano D’Alema habla del fin del ciclo de la guerra preventiva –un ciclo que él mismo inauguró junto con Clinton y Blair en Kosovo– y que se abre uno nuevo en el que Europa tendrá una gran responsabilidad. Y si Zapatero espera una retirada de Irak a imagen y semejanza de la suya, no sólo peca de ingenuo sino de estúpido, ya que los demócratas apoyan una retirada gradual de Irak y no inmediata.

No sólo hay que esperar pocos cambios en la política internacional norteamericana sino que, si los hay, puede que no les gusten. Si desde Bruselas Barroso dijo que es muy importante que, tras el resultado electoral, Estados Unidos muestre un compromiso renovado para revivir la Ronda de Doha, Jacob Weisberg, en el Financial Times, afirma que el gran perjudicado de las legislativas puede ser el libre comercio, y alerta sobre el nuevo nacionalismo económico del partido demócrata que va en contra del libre mercado, la globalización y cualquier clase de política de inmigración moderada.

Los norteamericanos han perdido la confianza en Bush y en los republicanos, pero siguen sin fiarse de los europeos para hacer frente a los grandes asuntos internacionales. Ellos siguen siendo los mismos, preocupados por las armas de destrucción masiva, el terrorismo internacional o el fundamentalismo islámico. Son los europeos los que tendrían que cambiar para mejorar la cooperación con Estados Unidos, dejando atrás la suspicacia y la hostilidad que les provoca el liderazgo de la primera democracia del mundo. Lo dijo Revel: "El universo está dividido en dos: América, ciudadela de la reacción, y el resto de la Tierra, donde moran los que se resisten".

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