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GEES

Nuevos poderes

Los primeros pasos del liderazgo en ambas cámaras y ambas formaciones políticas tienen poco de esperanzador. Han elegido o tratado de promocionar para puestos internos claves a figuras de las que no cabe esperar ínfulas renovadoras.

La cuestión más importante con vistas a las presidenciales del 2008 y más allá es si los republicanos pierden la pequeña mayoría que habían logrado con muchos años de esfuerzo y los demócratas vuelven a lo que para ellos es la natural situación de predominio en votos, o si lo perdido por los primeros o ganado por los segundos es coyuntural en las mismas o en otras áreas geográficas y clientelas sociales y, por tanto, pérdidas y ganancias pueden invertirse. Pero lo más importante a dos meses vista y en el par de años que les siguen es la relación entre la presidencia y las cámaras y las resultantes orientaciones políticas. Esa relación influirá poderosamente en los próximos comicios y experimentará a su vez una fuerte influencia del impacto que los resultados de ahora tengan en la naturaleza ideológica de los partidos.

A pesar de que muy pocas decenas de miles de votos en una serie de elecciones decididas por muy estrechos márgenes podían bien haberle arrebatado la victoria a los demócratas o bien haberla amplificado hasta límites catastróficos para los republicanos, lo cierto es que esto no ha pesado en el debate postelectoral, en el que no se ha hecho cuestión de esos casi empates. Toda la polémica es interna a los partidos, o más bien al de los perdedores, que extienden su disquisiciones a qué sector demócrata es el verdadero responsable de la victoria rival, insistiendo en que han tenido que ponerse la piel de cordero para ganar haciendo un alarde de moderación que no se corresponde a la realidad de la nueva mayoría parlamentaria.

Los comentaristas demócratas tienden a minimizar el peso de los "moderados" y "lo moderado" en su seno, lo que se ve reflejado en los escasos impulsos a reequilibrar el partido, reformar su doctrina o cambiar su conducta. Se consideran una alianza de izquierda y centro y tienden a ver los resultados como una confirmación de la armónica coexistencia de esas dos ramas dentro del partido. Pero lo cierto es que sustrajeron a la campaña los temas más estridentes de su ideario y se espera que los mantengan bajo llave para poder ganar el 2008. Una de las grandes cuestiones para el futuro inmediato es pues si serán capaces de comportarse tan comedidamente o aflorará de manera irremisible su naturaleza izquierdista desarrollada desde la Segunda Guerra Mundial paralelamente al crecimiento de la corriente conservadora.

Los republicanos sí andan a la búsqueda de su verdadera alma, enzarzados en una discusión sobre si de lo que se trata es de recuperar un hipotético centro, disputándoselo al enemigo político y por lo tanto "moderarse", girar hacia su izquierda o si el fracaso de ahora es debido al desvío de los auténticos principios republicanos de contención del gobierno y el gasto público y fidelidad a sus normas morales sin concesión a los intereses creados de los elegidos para desempeñar un puesto público. Predominan claramente las voces conservadoras y la principal discusión es si se trata de restauración o renovación; si basta, lo que no tiene nada de fácil, el retorno a las fuentes o si a estas alturas algunos temas clásicos han quedado obsoletos y es necesario lanzar una nueva revolución conservadora como la encarnada en el "Contrato con América" que les dio la victoria en la cámara baja en las elecciones del 94, en mitad del primer mandato de Clinton.

La orientación que tomen los partidos será decisiva para el futuro próximo y remoto. Los primeros pasos del liderazgo en ambas cámaras y ambas formaciones políticas tienen poco de esperanzador. Han elegido o tratado de promocionar para puestos internos claves a figuras de las que no cabe esperar ínfulas renovadoras. Y el idilio bipartidista entre Bush y Pelosi al día siguiente de las elecciones será probablemente un arrebato momentáneo.

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