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Cristina Losada

El bilingüismo del PP

No sé qué es más preocupante, si la irresponsabilidad o la esquizofrenia que revelan estos hechos. Sólo sé que en Galicia el PP sigue sin defender la elemental libertad de idioma.

Pensaba yo que cuando el PP de Galicia hablaba de "bilingüismo armónico" se refería a una cosa, aunque a decir verdad no sabía bien a qué. Pues si el bilingüismo a secas, sin adjetivos, estaba y está, modestia aparte, al alcance de mi entendimiento, acompañado de ese armónico me sonaba a música celestial, o sea, a sinfonía no de este mundo, sino de otro. Pero el caso es que recientemente he caído en la cuenta de que podía tener, el concepto aquel, un significado distinto. Y éste se me hizo patente cuando, hace dos semanas, dos diputados del PP presentaron en el Congreso una proposición para que se deje en paz a los profesores de Lengua y Literatura Española que quieran escribir la programación de su asignatura en el idioma que enseñan.

El asunto venía a rebufo de las presiones y amenazas a los docentes gallegos que se empeñan en utilizar el idioma común de los españoles en su labor profesional. Y lo curioso era que mientras el PP tomaba esa iniciativa en Madrid, no decía una palabra sobre el tema en Compostela. A ver si en eso consiste el bilingüismo. En tener dos lenguas o dos discursos que se utilizan según el lugar, el ambiente y las circunstancias. Muy armónico no parece, desde luego, eso de que un partido denuncie un abuso a varios cientos de kilómetros y no allí donde se comete. Pero la incoherencia tiene su explicación: las normas que obligan a usar el gallego como lengua vehicular de los documentos administrativos en la enseñanza fueron aprobadas por el PP gallego.

Lo mismo puede decirse de una Ley de Normalización Lingüística y un Plan de ídem que, aunque en teoría asumen la cooficialidad, en la práctica han permitido erradicar el español del espacio público. En suma, el PP gallego ha contribuido como el que más a que el castellano se haya vuelto, fuera del ámbito privado, en un idioma apestado. Ya han visto los profes recalcitrantes que, por emplearlo, uno se convierte poco menos que en un delincuente. Esta figura del delito lingüístico se perfila, tras la fregona, el chupa-chups, el autogiro, la guerrilla y alguna otra genialidad que me dejo en el tintero, como una de las grandes innovaciones españolas. El PP de aquí y de acullá podrá reclamar, con razón, su parte de gloria en el invento.

Y si son ciertas las filtraciones sobre lo que se debate en la ponencia que pergeña a puerta cerrada la reforma o el revolcón del Estatuto, va a seguir haciendo méritos en el empedrado del camino de la imposición lingüística. El actual Estatuto no incluye el deber de conocer el gallego. Lo intentaron en su día, con Fernández Albor a la cabeza, pero el Constitucional no lo tragó. Pues bien, los populares están dispuestos, por lo visto, a insertar en el nuevo texto una estrofa que establezca la igualdad plena de ambas lenguas o el mismo estatus jurídico. De ahí a la obligación que los nacionalistas quieren calzar a toda costa, y los socialistas con ellos, media un suspiro. El argumento que La Voz de Galicia ponía en boca de un dirigente del PP era sustancioso. "El Estatuto –decía esa fuente anónima– no tiene por qué ir más allá, porque después es cosa del gobierno que haya en cada momento poner el acento en una u otra política lingüística". O sea, que se plantaría la semilla para la obligatoriedad del gallego, y dependerá de quien gobierne el que se cultive y se aplique, o se tenga manga ancha y se deje hacer a la gente.

No sé qué es más preocupante, si la irresponsabilidad o la esquizofrenia que revelan estos hechos. Sólo sé que en Galicia el PP sigue sin defender la elemental libertad de idioma.

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