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Ignacio Cosidó

El neo-pacifismo de Zapatero

La política exterior de Rodriguez Zapatero está rompiendo progresivamente los vínculos que desde hace treinta años nos sitúan con claridad en este bloque occidental para buscar una posición de no alineación y de neo-neutralismo

Rodriguez Zapatero y sus aliados radicales están empeñados en impulsar en España una segunda transición que rompa con el gran pacto político y constitucional que ha permitido tres décadas de paz, libertad y prosperidad inéditas en la historia de nuestro país. La política exterior, de seguridad y de defensa no ha sido por desgracia ajena a esta ruptura de los consensos básicos sobre los que se asienta nuestra convivencia democrática. Por primera vez desde la Transición en España se ha producido una quiebra entre las dos grades formaciones políticas de nuestro sistema de partidos en torno a la posición que España debe ocupar en el mundo, las estrategias para hacer frente a las nuevas amenazas que nos acechan y sobre el papel que deben jugar nuestras Fuerzas Armadas para garantizar nuestra defensa. Esta ruptura del consenso en materias que en todo país democrático tienden a considerarse políticas de Estado supone para nuestro país un debilitamiento de su posición internacional y un peligroso aumento de su vulnerabilidad.
 
La Transición democrática ancló firmemente a España entre los países occidentales tras los cuarenta años de relativo aislamiento que supuso el régimen franquista. Nuestro ingreso definitivo en la OTAN, una vez superados por el PSOE gobernante los complejos anti-americanos de la izquierda española, y nuestro ingreso en la Comunidad Europea, engarzó definitivamente a  nuestro país en el bloque occidental coincidiendo con la fase final de la Guerra Fría. Una vez derrotado el imperialismo soviético y reunificada Europa, España fortaleció incluso su alianza con las grandes potencias democráticas del mundo, como demostró la relación especial que Aznar impulsó con Estados Unidos o nuestro liderazgo en el seno de la Unión Europea.
 
La política exterior de Rodriguez Zapatero está rompiendo progresivamente los vínculos que desde hace treinta años nos sitúan con claridad en este bloque occidental para buscar una posición de no alineación y de neo-neutralismo frente al conflicto que enfrenta hoy a los países democráticos con el nuevo totalitarismo islamista que ha surgido en las sociedades musulmanas. Así, la Alianza de Civilizaciones que propugna Zapatero exige para poderla desarrollar que España se sitúe en un espacio intermedio entre Estados Unidos, como líder indiscutible del bloque occidental, y los regímenes totalitarios, ya sea Cuba, Siria o Irán, que pretenden acabar con la hegemonía actual de los norteamericanos en el mundo.
 
Así, resulta sorprendente que la política exterior española se haya volcado en los últimos dos años en cuestiones como la defensa de la dictadura cubana en el seno de la Unión Europea, en la venta de armas al régimen bolivariano del Coronel Chávez en Venezuela, en el apoyo de la revolución cocalera en Bolivia, en la mediación frente a los intentos de Irán de dotarse de armamento nuclear o en el desequilibrado apoyo a la causa palestina obviando los intereses de seguridad de Israel. Por el contrario, nuestras relaciones con Estados Unidos se han deteriorado hasta el punto de hacer imposible la interlocución con su presidente, nuestra posición en la Unión Europea resulta cada vez más aislada tras el fracaso del eje Schoereder-Chiraq por el que apostó Zapatero y España se ha convertido en un aliado intrascendente y renuente en el seno de la OTAN como se ha puesto de manifiesto en su reciente Cumbre de Riga.
 
En definitiva, Zapatero nos aleja de la Alianza Atlántica como máxima expresión institucional de lo que hoy representa el mundo occidental y nos empuja hacia una Alianza de Civilizaciones que busca un imposible espacio intermedio entre Oriente y Occidente, entre el totalismo y la democracia, entre la libertad y la tiranía. La presencia del Secretario de Estado de Exteriores en la reciente Cumbre de Países No Alineados en La Habana es otro buen ejemplo de la nueva orientación de una política exterior sustentada sobre el error del buenismo y la cobardía del apaciguamiento.
 
La política de seguridad de Zapatero rompe también con los conceptos tradicionales de la disuasión y la defensa frente a nuestros potenciales enemigos para instalarse en una doctrina más próxima al pacifismo radical. Para Zapatero la utilización de la fuerza frente a las nuevas amenazas que nos acechan, como el terrorismo o la proliferación de armas de destrucción masiva, es siempre contraproducente. Por el contrario, Zapatero considera que el dialogo y la negociación son los únicos instrumentos posibles para poder hacer frente a estas amenazas. El primer ministro de Defensa de Zapatero, el posteriormente dimitido José Bono, llegó a afirmar en una conferencia en Washington que para el era preferible morir que tener que matar, lo que en boca del principal responsable de nuestras Fuerzas Aramdas constituye toda una declaración de principios. El actual ministro del ramo expresó hace poco una petición colectiva de perdón a aquellos soldados que murieron en el cumplimiento de sus misiones, lo que en última instancia implica una renuncia a la legitimidad de un gobierno democrático a arriesgar la vida de sus soldados en la defensa del conjunto de la sociedad.
 
En la doctrina de seguridad de Zapatero existe por tanto una negación expresa a utilizar la fuerza como último recurso para poder garantizar nuestra seguridad. La paz se convierte así no sólo en el único objetivo legítimo de nuestra política de seguridad, sino también en el único medio para alcanzarla. Las únicas misiones que pueden asumir nuestras Fuerzas Armadas son misiones de paz, en estricto senso, o misiones de carácter humanitario. La negativa absoluta de Zapatero a permitir que nuestros soldados combatan a los terroristas islamistas en Afganistán es la última prueba de que la doctrina pacifista de Zapatero es incompatible con cualquier posibilidad del uso de la fuerza. En un eficaz ejercicio de demagogia, la guerra es simplemente una realidad que no existe en la concepción del mundo de ZP, una realidad que se puede hacer desaparecer por Decreto. En caso de necesidad, para nuestro presidente siempre será preferible la claudicación, la rendición o el sometimiento que el tener que hacer frente a cualquier enemigo con la fuerza de las armas.
 
Las consecuencias de esa política de seguridad para nuestra política de defensa son evidentes. Por primera vez en nuestra historia una norma tan fundamental como la Ley de Defensa Nacional se ha aprobado sin el consenso de la principal fuerza de la oposición. Las Fuerzas Armadas españolas están en proceso de convertirse en una especie de ONG uniformada dotada de una mínima capacidad de autodefensa para operar en escenarios potencialmente peligrosos. Pero a los ejércitos se les amputa la función específica que les diferenta de cualquier otra institución del Estado y que justifica su propia naturaleza militar: su aptitud para el combate y su disposición a arriesgar las vidas de sus soldados en defensa de su Patria.
 
El mejor ejemplo de esta degradación conceptual de las Fuerzas Armadas es la constitución de las Unidades Militares de Emergencia. No se trata ya de propiciar el apoyo de las Ejércitos a las autoridades civiles en casos de necesidad, sino de constituir en el seno de las Fuerzas Armadas unidades no armadas a las que se les niega cualquier misión de carácter militar. Más que una militarización de la protección civil que han percibido algunos, lo que estamos es ante un proceso de desmilitarización de las Fuerzas Armadas. Para colmo, estas unidades son desgajadas de la cadena de mando militar para subordinarse directamente al presidente del Gobierno, lo que las desnaturilza aún en mayor medida como unidades de las Fuerzas Armadas.
 
La ruptura del consenso en materia de política exterior, de seguridad y de defensa tendrá graves consecuencias negativas para nuestro país sino se corrige pronto. En primer lugar, sitúa a España ante los ojos de nuestros aliados como un socio sumamente voluble, muy poco fiable y nada serio. Por otro, aumenta nuestra vulnerabilidad porque la ausencia de un consenso básico en materia de seguridad ofrece a nuestros enemigos un potencial de desestabilización añadido. Finalmente, somete a las Fuerzas Armadas, como una de las instituciones básicas del Estado, a una creciente incertidumbre en su definición, en su organización y en sus misiones.
 
Todos debemos por tanto hacer un esfuerzo por recomponer cuanto antes este necesario consenso. Sin embargo, es necesario reconocer que la responsabilidad del Gobierno en el mantenimiento de una política concertada es siempre mayor. Por otro lado, quién ha dado un giro de 180 grados a la política exterior, de seguridad y de defensa consolidada desde nuestra Transición democrática ha sido el propio Zapatero. A él le corresponde esencialmente corregir un rumbo que lleva a España a un no-alineamiento, un neo-pacifismo y una desnaturalización de las Fuerzas Armadas que aumenta nuestra vulnerabilidad en un mundo cada vez más peligroso.

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