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Irak, descompuesto y sin plan

El tipo de comisión y su método de trabajo responden exactamente a la fórmula a la que a ningún alto responsable político se le ocurriría recurrir para buscar consejo en medio de las tribulaciones de una guerra que no parece una carrera hacia el triunfo.

El informe del Grupo de Estudio sobre Irak pasará pero Irak se queda. ¿O es al revés? Quizás tengamos informe para los dos próximos años a lo largo de los cuales Irak puede irse diluyendo.

El informe, desde luego, no proporciona una estrategia para la victoria, por muy minimalista que sea su definición. Ni se lo plantea como posibilidad, por remota que fuera. Pero es que además tampoco proporciona ideas prácticas para algo que pudiera llamarse una retirada estratégica. Entre sus docenas de propuestas, muchas fuertemente utópicas, algunas contradictorias, todo el mundo puede encontrar algo con lo que coincidir. La administración Bush ve expresamente respaldados sus objetivos más amplios y puede reconocer lo que lleva haciendo desde hace más de tres años y medio en algunas de las principales recomendaciones. De ahí que desde la derecha se haya señalado con divertido asombro que el estudio del Grupo en el fondo invita a "mantener el rumbo", característica frase de Bush que estremece de indignación a todos los críticos de la guerra.

Éstos, sin embargo, han acogido el informe con alborozo. Políticos y prensa de izquierdas se regodean con la descripción pesimista de la situación contenida en documento. Exaltan su realismo, que refriegan con delectación en la cara de Bush, al que implacablemente acusan de ser un empecinado desertor de la realidad. Lo que no les impide abrazar con interesado entusiasmo las ilusorias utopías que constituyen la receta de la Comisión para solucionar lo solucionable en Irak. No es la mejor lógica aristotélica pero sí buena lógica partidista, que permitirá sacarle el máximo provecho al documento como arma arrojadiza contra una Casa Blanca que aspiran a ocupar en el plazo de dos años. Sólo algunos de la misma cuerda han conciliado racionalidad y rentabilidad política criticando la inviabilidad de las recomendaciones del informe para así contribuir más enérgicamente al derrotismo con el que destruir a Bush y su partido.

Este resultado, que podría estimarse considerablemente escorado, lo obtiene un grupo de diez sabios que partiendo del más estricto equilibrio entre las dos grandes formaciones políticas, han tenido como preocupación máxima, y a veces cabría pensar que única, el consenso. El perfecto acuerdo al que han llegado en todo lo que dicen constituye, según confesión de todos y cada uno, su máxima satisfacción. Han consultado a un gran número de expertos de posiciones francamente antagónicas. En Bagdad sólo han estado cuatro días, y en ellos sólo uno de la decena se asomó fuera del recinto de la acorazada "Zona Verde". Han hablado con cinco veces más políticos que militares. En una palabra, el tipo de comisión y su método de trabajo responden exactamente a la fórmula a la que a ningún alto responsable político se le ocurriría recurrir para buscar consejo en medio de las tribulaciones de una guerra que no parece una carrera hacia el triunfo.

Mientras tanto el tema de qué hacer con Irak, si es que algo realmente nuevo fuera posible, sigue sin estrenarse.

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