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EDITORIAL

Turquía jugando al ratón y al gato

El hecho es que Turquía no ha superado aún el conflicto de Chipre, un asunto antiguo que todavía levanta pasiones desatadas en ciertos sectores de la sociedad turca

Los últimos desentendidos entre la Unión Europea y Turquía ponen de manifiesto que el Gobierno de Tayyip Erdogan no termina de entender en qué consiste pertenecer a la Europa comunitaria. Y, por lo visto en la pasada semana, tampoco llega a aprehender cuáles son las normas que sus países miembros y los que aspiran a serlo deben acatar.

El primer punto en la agenda exterior de cualquier mandatario turco es conseguir el ingreso de su país en la Europa de los 25. Para ello ha de llevar a buen término unas negociaciones que no sólo son largas sino complicadas y en las que, por motivos obvios, es Turquía la que tiene que ceder porque, a fin de cuentas, es la propia Turquía la que quiere acceder a un club muy exclusivo con un funcionamiento interno muy bien definido. Las promesas de Erdogan de abrir sus puertos y aeropuertos al tráfico con el sur de Chipre demuestran que éstas sólo eran de boquilla, y que las presiones internas, especialmente las provenientes del estamento militar, son mucho más fuertes de lo que cualquier Gobierno turco puede aguantar.

El hecho es que Turquía no ha superado aún el conflicto de Chipre, un asunto antiguo que todavía levanta pasiones desatadas en ciertos sectores de la sociedad turca. Por de pronto la Unión Europea ha suspendido las negociaciones durante año y medio en espera de que Ankara avance en las reformas que Turquía debe afrontar para preparar su futuro ingreso en la Unión. Pocas veces los burócratas de Bruselas han estado tan acertados en una decisión aplaudida en todas las cancillerías del continente. Jugar al ratón y al gato con los que obsequiosamente te abren las puertas de su casa no es ni diplomático ni inteligente.

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