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Walter Williams

Por qué nos encanta el Estado

Esta visión tendría que molestar a los cristianos que hay entre nosotros, pues cuando Dios dio a Moisés el mandamiento de "No robarás", estoy seguro de que no quería decir "No robarás a menos que cuentes con el voto de la mayoría en el Congreso".

Al contrario que los norteamericanos de hoy en día, los fundadores de nuestra nación sentían recelo, por no decir desprecio, hacia el gobierno. Para comprobarlo, basta considerar unas cuantas palabras suyas.

James Madison sugirió que "hasta cierto punto, se debe desconfiar de todos los hombres que tengan poder". Thomas Paine observó que "aún encontramos la avaricia de esa mano del gobierno infiltrándose en cada recoveco y resquicio de la industria, y haciendo acopio a expensas de la gente. Vigila la prosperidad como a una presa y no permite que nadie escape sin imponerle un tributo". John Adams recordó que "tenemos derechos por encima de todos los gobiernos terrenales; derechos que no pueden ser limitados o anulados por leyes humanas; derechos derivados del Gran Legislador del Universo".

Thomas Jefferson nos hizo diversas advertencias que hemos ignorado: en primer lugar, que "el progreso natural de las cosas es que la libertad dé frutos y el gobierno avance a sus expensas". En segundo, que "la mayor [calamidad] que podría caernos encima [sería] la sumisión a un gobierno de poderes ilimitados". Y en tercer lugar, que "cuando quiera que el gobierno general asume poderes absolutos, sus actos carecen de autoridad, son nulos y carentes de peso". En respuesta a lo que Jefferson llamaba "el despotismo por el voto", sugería que "el árbol de la Libertad tiene que ser regado de vez en cuando con la sangre de patriotas y tiranos".

Con sentimientos como éstos, John Adams, Thomas Jefferson y James Madison se convirtieron en presidentes. ¿Podría una persona con ideas similares ser presidente hoy en día? Yo apostaría al no. Los estadounidenses sienten desprecio hacia esos valores inspirados por la libertad, y cualquier aspirante presidencial que los sostuviera no tendría ninguna posibilidad de lograr el cargo.

Los norteamericanos de hoy en día tienen una visión del gobierno distinta. Es una que sostiene que el Congreso puede hacer exactamente cualquier cosa que reciba el voto favorable de la mayoría. La mayor parte de lo que hace el Congreso encaja en la descripción de obligar a un norteamericano a servir a los propósitos de otro, algo que difiere de la esclavitud solamente en cuestión de grado.

Al menos dos tercios del presupuesto federal obligan a un estadounidense a servir a los propósitos de otro. Los trabajadores más jóvenes son obligados a pagar las recetas médicas de los más mayores; los que no son granjeros son obligados a servir a aquellos que lo son; las personas de clase media-alta son obligadas a servir los pobres y el público general es obligado a servir a corporaciones, estudiantes universitarios y otros intereses especiales que cuentan con la atención del Congreso.

La tragedia suprema que conducirá a nuestra ruina es que en cuanto a lo que concierne a los propios intereses económicos personales, es perfectamente racional que todo norteamericano busque vivir a expensas de otro. ¿Por qué? No hacerlo no significa que pagará impuestos federales más reducidos. Significa sólo que habrá más dinero disponible para otras personas.

En otras palabras, una vez que el Congreso establece que una persona puede vivir a expensas de otra, a todo el mundo le merece la pena intentar vivir así. Alguien me podrá objetar: "Williams, ¿acaso no cree que debemos ayudar al prójimo?". Sí. Creo que echar mano al bolsillo para ayudar a tu prójimo es tanto encomiable como digno de elogio. Pero echar mano al bolsillo de otro para ayudar a tu prójimo es despreciable y digno de condena.

La idea es ésta: nos encanta el Estado porque nos permite hacer cosas que si lleváramos a cabo en nuestra vida privada nos conducirían de cabeza a prisión. Por ejemplo, si yo viera una persona necesitada y cogiera el dinero del vecino para ayudarle, sería detenido y condenado por robo. Si consigo que el Congreso haga lo mismo, me verán como una persona compasiva.

Esta visión tendría que molestar a los cristianos que hay entre nosotros, pues cuando Dios dio a Moisés el mandamiento de "No robarás", estoy seguro de que no quería decir "No robarás a menos que cuentes con el voto de la mayoría en el Congreso".

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