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Luis Hernández Arroyo

Vigencia del conservadurismo

El ser humano tiene pasiones que son socialmente positivas cuando se las permite encauzarse a través de un Estado de Derecho, como descubrieron David Hume y Adam Smith.

En el tiempo de confusión en que vivimos se ha producido lo contrario de una decantación de las ideas. La muerte del marxismo –no reconocida del todo, pero si de hecho– ha dejado en la perplejidad a las izquierdas, pero también a las derechas. Parece que ser que hay un hueco ideológico en la opinión social de izquierdas que anhela radicalismo (el que sea), y el corrimiento de ideologías hacia ese costado ha afectado más de lo que cabía esperar a los partidos de derechas. Esto ha producido una sensación de decadencia y de impotencia para atajarla. El conservadurismo tuvo su época de auge y desprestigio, pero pasó. Sin embargo, yo siempre he considerado que está en la naturaleza del hombre un instinto conservador perfectamente civilizado si se encauza debidamente. (Tengo amigos filosocialistas que se consideran de actitud vital, en general, conservadora. Es más, algunos han colaborado con el PSOE de antaño y con el PP de hogaño, simplemente por razones profesionales.)

El conservadurismo del que hablo es natural y sencillo: trata de defender sopesadamente las ideas que han formado a Occidente, en primer lugar la libertad. Pero las ideas que perviven hoy: no estoy pensando en revivir, por ejemplo, las Cruzadas (por cierto, una gran hazaña en aquella época, plena de sentido espiritual y político). La propuesta parte de una perspectiva evolucionista, o histórica: somos lo que somos porque hemos tenido un pasado irrenunciable que nos ha traído hasta aquí. Si nos adherimos a lo que somos –y corremos el riesgo de dejar de ser– debemos comportamos con un mínimo de coherencia: no es necesario ya volver a prácticas de beatería y de sumisión que han periclitado; entre otras cosas, porque sería imposible. Pero, como decía Ortega, debemos de huir del adanismo, que es pensar que somos adanes y que el mundo estaba puesto así cuando nacimos. No: el mundo cambia constantemente, y en Occidente se produjo un enorme cambio histórico que no se vio en ninguna otra zona: una combinación de libertad, seguridad y progreso material que, ahora, empiezan a disfrutar países asiáticos que se han adherido a esos parámetros (lo cual, por otra parte, demuestra que las ideas básicas de Occidente son adaptables a creencias muy diferentes). Cuando se da una libertad protegida por la ley al ser humano, se vuelve creativo, y con el tiempo esa creatividad se suele convertir en riqueza para él y para los demás. Esto es un hecho comprobable en la evolución del mundo en la segunda mitad del siglo XX. Las cifras de la ONU son irrebatibles: se ha reducido la pobreza mundial (relativa y absoluta) y en algunas zonas ha desaparecido. Los que niegan esto o están desinformados o son propagandistas tendenciosos a los que se debería exigir responsabilidades.

Todo esto tendría que ser obvio, pues una simple comparación con las alternativas debería, literalmente, aterrarnos. Pero no: a falta de marxismo, muchos caen ante el hechizo orientalista-islamista-budista. El conservadurismo del que hablo está, naturalmente, contra el masoquismo progre de ahora, que parece necesitar una autoflagelación persistente, pero también de derechistas acomplejados (o noqueados) y de libertarios utopistas (y sólo por eso no me declaro liberal).

He hablado de libertad y de sus efectos positivos y esto puede sonar a utilitarismo; yo lo llamo "ética de las consecuencias", que no es tan mezquina como aparenta. El ser humano tiene pasiones que son socialmente positivas cuando se las permite encauzarse a través de un Estado de Derecho, como descubrieron David Hume y Adam Smith. Si, como se inclinaron a hacer los protestantes anglosajones al escribir las leyes del Nuevo Mundo, dejamos de juzgar intenciones y juzgamos consecuencias –por cierto, lo contrario a lo que propone la inmensa mayoría de las religiones en vigor– estaremos en una sociedad libre y protegida. Creo que este objetivo, además de ser práctico, es de la mayor nobleza, pues no es más que el corolario del máximo respeto a la intimidad personal, todavía deficiente en estos pagos.

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