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José Antonio Martínez-Abarca

Por la ciudadanía lechal

Tendrán que arrebatarme a los hijos de mis manos yertas antes que ponerlos en las garras de tipos como Álvaro Cuesta.

Me dice una dirigente del PSOE, enfundada en unos suavísimos guantes de cabritilla "color de mantequilla fresca" (que decían los dandys) asomando por debajo de la puerta, que las sospechas sobre el totalitarismo de la asignatura de "educación para la ciudadanía" son infundadas, "porque aunque quisiéramos no podríamos uniformizar el pensamiento de los ciudadanos, eso es imposible".

Algo así debieron pensar los arrapiezos del Movimiento Nacional, por cuanto en los penúltimos años del franquismo eliminaron la Formación del Espíritu Nacional y cualquier cosa que se le pareciera, ya que uno se educó en prácticamente las mismas asignaturas que existen ahora salvo el ángelus de las doce y la formación marcial ("a cubrirse, ya, firmes, ya") en las entradas y salidas de clase. El que aquellas asignaturas fueran de verdad no hace al caso. Algo de más éxito tuvieron en la Unión Soviética, donde hasta el mismísimo final se mantuvo en primaria aquello de los "pioneros", que para entendernos era exactamente la formación de alevines de delator.

Pero como los errores del pasado están para ser superados por los herederos naturales de la gloriosa revolución, la pendiente y la otra, la falangista y la soviética, o sea, los socialistas, esta vez se han asegurado de que ninguna conciencia puerpérica o impúber se les escape, hacia la victoria final. El florido pensil de la postguerra va a ser la Escuela de Salamanca o la de Viena comparado con lo que se avecina.

Como saben que la tienen hecha, de momento los socialistas presentan esta educación para la ciudadanía con bastante educación y algo de esa ciudadanía que les provoca ictericia para todo lo demás (como que es casi el único asunto donde se esfuerzan las meninges en serio para ganarse a la derecha). Pero sólo es un estadio interino, forzoso, antes de llegar a la perfección de la armonía luciferina con el Gran Arquitecto, cuando ya no habrá disensiones ni incorrecciones ciudadanas por la misma razón que aquél militarote decimonónico español no podía perdonar a sus enemigos, "porque los he fusilado a todos".

Cuanto más suave me hablan los del PSOE sobre el gran proyecto, más me espeluzno. Quien no los conozca que los compre. Realmente se están tomando trabajo en engañar a los que no pierden oportunidad de solicitarlo. Hay mucho, demasiado buenista por ahí, una recalcuza de "pensamientos Alicia" que no nació con Zapatero (éste sólo fue el precipitado natural). Si no fuera porque la Conferencia Episcopal, con no tan sorprendente inteligencia y finura analítica, ha dejado claro que este no es un tema de religión sí o no en los colegios, sino mucho más ambicioso, de Occidente sí o no en los cerebros (en efecto, la clave es el adoctrinamiento de masas siguiendo la clásica ingeniería social con inequívocos fines de partido único), si no fuera por eso, digo, mucha de esa base social de la Iglesia, con el apetitoso señuelo de que los asuntos de Dios no son de Occidente, estaría tentada de poner paz entre los falsos corderos y los borreguitos de verdad, es decir, de pactar, o sea, de tragar.

Todavía después del admirable mensaje de los obispos, que no se chupan el dedo, parte de la oposición social a Zapatero sigue reduciendo el problema a si la religión es o no optativa. Como le respondí a la dirigente socialista que trataba sin mucho convencimiento de "engrupirme", que dirían en los barrios bajos bonaerenses, tendrán que arrebatarme a los hijos de mis manos yertas antes que ponerlos en las garras de tipos como Álvaro Cuesta, al parecer redactor de desgraciados documentos de supuesto apoyo a la Constitución, quien todavía no se ha enterado de que las comas no siempre se ponen para tomar aire al leer.

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