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Luis Hernández Arroyo

China y su billón de dólares

Una bolsa repleta de mil millones en manos de un país no democrático, oficialmente comunista, es un arma potencial no contabilizada entre su arsenal. Y apenas oculta sus ambiciones y su agresividad contra Taiwán y países adyacentes.

Los admiradores de China no saben –o no dicen– que acumula unas reservas de divisas que ya han llegado al billón de dólares (cerca de la mitad de su PIB). Como expliqué hace tiempo, esto es una forma de mercantilismo desleal con los países que se han esforzado en integrar a China en los mercados mundiales, pues el objetivo visible es mantener un tipo de cambio ultra-competitivo que erosiona los mercados de sus socios comerciales y protege eficazmente su mercado interior, en el que se han afincado millones de empresas occidentales, que también se aprovechan de la sobreelevada protección para crear los empleos que aquí faltan. De paso, el gigantismo de tales reservas contribuye y amenaza a la estabilidad financiera de China y de los demás, pues es una bolsa de liquidez que aumenta indebidamente la liquidez interna y, alternativamente, sería un terremoto si de repente inundara los mercados mundiales.

¿Tendrá, además, otro fines esa política de acumulación? El calificativo de mercantilista no se refiere únicamente a la competencia desleal: China tiene unas ambiciones geopolíticas apenas encubiertas, alimentadas por un militarismo que nunca ha faltado en la historia cuando de acumulación de liquidez internacional se trataba. El mercantilismo ha ido frecuentemente asociado a las políticas de rearme y de preparación de la guerra, pues permite acumular dinero, a costa de ciudadanos disciplinados, para adquirir armas en los mercados mundiales. Una bolsa repleta de un billón en manos de un país no democrático, oficialmente comunista, es un arma potencial no contabilizada entre su arsenal. Y apenas oculta sus ambiciones y su agresividad contra Taiwán y países adyacentes, crecientemente intranquilos con las demostraciones de fuerza del gigante. Ese militarismo es la base principal de su cohesión interior, que se ve naturalmente reforzada con las muestras de agresividad nacionalista. La inherente inestabilidad financiera, antes comentada, no ayuda a tranquilizar sobre los designios de una dictadura sobre 1200 millones de habitantes, acostumbrados a pasar penalidades y para nada educados en los valores democráticos.

Puede pensarse que esto es hilar muy fino; pero ante el nacionalismo, el militarismo, etc. faltan piezas de convicción sólidas para que China deje de inquietar. Falta siquiera un gesto de transición a una sociedad más abierta, con una oposición que recogiera otras opiniones que las oficiales, y unos mínimos mercados internos. Falta mayor lealtad a algunos valores de Occidente, de los que se aprovecha, pero no respeta. Hasta ahora ha tenido una relación más que fluida con los islamistas. Ninguno de los posibles futuros es tranquilizador: si sigue creciendo deslealmente, aumentará el riesgo de desmoronarse y de reaccionar agriamente ante la frustración de una población que, en su mayoría, aceptaría sin grandes resistencias el "plan B": rearme y ataque contra sus vecinos, lo que sería una declaración de guerra a Estados Unidos.

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