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EDITORIAL

Entusiastas defensores de la mordaza

La explicación de esta invasión de secretismo comandada por socialistas y nacionalistas es el intento de ocultar la extrema carencia de argumentos con los que justificar el mantenimiento de la negociación con ETA.

La tentación de hurtar al escrutinio de los ciudadanos los manejos de las élites políticas no es ajena a ningún mandatario. Cosa distinta es, encima, intentar justificarlo como lo verdaderamente democrático. La reunión "discreta" –es decir, sin informar previamente de su celebración ni, sobre todo, posteriormente de lo discutido– entre Zapatero e Ibarretxe no es más que la aplicación del mismo principio que justifica la negativa a debatir con el PP en el Parlamento. A saber, que hay cosas sobre las que no se debe informar jamás a los ciudadanos. No sea que voten en consecuencia, claro.

La explicación de esta invasión de secretismo comandada por socialistas y nacionalistas es el intento de ocultar la extrema carencia de argumentos con los que justificar el mantenimiento de la negociación con ETA, tal y como desea el presidente del Gobierno. El bálsamo de Fierabrás con el que Zapatero untó su proceso fue la ausencia total de muertes. "¿Se está mejor con un alto el fuego que con bombas? Es de sentido común que sí", dijo en la célebre comparecencia en que se refirió a los asesinatos como "trágicos accidentes mortales" un día antes de que dos ecuatorianos sufrieran un accidente. La mayoría de los españoles, incluso entre sus votantes, no están por la labor de apoyar una rendición, de premiar a la ETA por haber asesinado durante décadas. Muchos podrían haberse mostrado favorables a la estrategia de Zapatero mientras ésta rindiera los réditos prometidos, en forma de ausencia de nuevas víctimas. Pero esa justificación, junto con la mezquina acusación de que quienes no apoyaban el proceso en realidad querían que ETA volviera a atentar, era el único soporte presentable ante la opinión pública de su proceso de rendición.

Pero, claro, una cosa son los razonamientos que se presentan a los ciudadanos y otra muy distinta los que realmente mueven a Zapatero. El motivo real de este empeño no tiene nada que ver con el fin del terror sino con la creación de un nuevo régimen en el que la derecha no sea muy distinta del Partido Campesino Polaco durante la dictadura comunista; una coartada con la que darle una apariencia de legitimidad. El mismo frente que reunió durante los dos últimos años de Aznar, con la oposición al PP como único nexo de unión, es el clavo al que se agarra para aferrarse al poder, a ser posible, por siempre jamás. Al estilo de Chávez, intenta acallar las discrepancias en las instituciones parlamentarias. Quién sabe si en un futuro no intentará extender la mordaza a otros ámbitos, como ha hecho el venezolano en su "experiencia democrática", según la definen los titiriprogres.

Pero esta deriva, aunque extraordinariamente grave, tampoco es equiparable con el tratamiento recibido por los judíos por parte de los nazis o, como ha dicho Rajoy, con lo que hacía Stalin, que tiene la responsabilidad de decenas de millones de asesinatos. Pero quizá el presidente del PP, al hacer la comparación, recordaba la carta en la que el socialista Largo Caballero –venerado aún hoy en el PSOE– respondía a la sugerencia de Stalin de mantener la apariencia de legalidad de la república durante la guerra civil: "Cualquiera que sea la suerte que el porvenir preserva a la institución parlamentaria, ésta no goza entre nosotros, ni aun entre los republicanos, de defensores entusiastas". Y es que, por mucho que López Garrido asegure que "nada tiene que ver la situación española con el totalitarismo de otras épocas", algunas cosas sí hay en común. Por ejemplo, las siglas de la mayoría de las fuerzas del frente antiparlamentario que lidera, incluyendo la suya. Y, por lo que se ve, la misma escasez de "defensores entusiastas" de las instituciones democráticas entre sus filas.

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