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Jeff Jacoby

Ideas felices y otras cosas

Habiendo visto los resultados de la retirada norteamericana de Vietnam y Camboya que patrocinó, ¿cómo puede defender Kennedy la misma política en Irak?

Fue un hombre de fe que no dudó en mezclar religión con política. Encabezó una enérgica organización política cuyo nombre incluía la palabra "cristiano". Creía que sus valores morales debían reflejarse en el Derecho norteamericano y ser impuestos legalmente a aquellos que se resistían a ellos. Invocaba a "Dios Todopoderoso" en sus discursos y se comparaba con Moisés, el profeta Amós y otros héroes bíblicos. Condenaba las decisiones políticas a las que se oponía en términos abiertamente religiosos como, por ejemplo, "negación abierta de la unidad que todos tenemos en Cristo", por ejemplo. Se encogía de hombros ante aquellos que le llamaban fundamentalista. "¿No fue Jesús un extremista?", preguntaba.

No era un fetichista de la separación entre iglesia y Estado. "Quiero que se sepa por toda esta nación que somos cristianos", afirmaba. "Creemos en la religión cristiana. Creemos en las enseñanzas de Jesús".

Fue lo que algunos hoy llamarían un fanático religioso, un teócrata o, como decía un senador del presidente el año pasado, "un ayatolá moral". En muchos círculos fue decididamente impopular. También fue galardonado con el Premio Nobel de la paz y un defensor de la dignidad humana. Fue un héroe norteamericano. Se llamaba Martin Luther King Jr.


En 1987, la Oficina de Investigaciones Especiales del Departamento de Justicia añadió al presidente austriaco Kurt Waldheim a la lista de personas que tienen prohibida la entrada en Estados Unidos. Neal Sher, que era entonces director de ese organismo, argumenta que ha llegado el momento de poner en la lista a otro jefe de estado: Mahmoud Ahmadinejad, de Irán.

Waldheim fue añadido a causa de su papel en la guerra como oficial nazi en Yugoslavia. Ahmadinejad debería aparecer en la lista por su apoyo público al terrorismo y la incitación al genocidio contra Israel. Como observa Sher, la ley norteamericana de inmigración excluye a cualquier extranjero que utilice su posición "para respaldar o adherirse a actividades terroristas de tal modo que socave los esfuerzos norteamericanos por reducir o eliminar actividades terroristas".

Como cabeza de un régimen que hace del patrocinio del terrorismo una prioridad nacional, Ahmadinejad encaja en esa descripción. Añadirle a la lista de personas non gratas en Estados Unidos tendría un valor puramente simbólico. Pero en una guerra que se libra tanto en la ideología como en los campos de batalla, el impacto de los símbolos y los mensajes que transmiten no puede ser pasado por alto.


Al senador Edward Kennedy le gusta etiquetar Irak como "el Vietnam de George Bush", como hizo la semana pasada cuando presentó un proyecto de ley que otorgue al Congreso, y no al comandante en jefe, la última palabra sobre el número de soldados destacados en Irak.

Bush no jugó ningún papel en la caída del Sur de Vietnam y Camboya ante los comunistas en 1975, por supuesto, pero Kennedy sí. Ayudó encabezando la iniciativa del Congreso para suspender la ayuda financiera a los gobiernos pro-americanos de Saigón y Phnom Penh, despreciando la advertencia del presidente Gerald Ford de que "el horror y la tragedia que vemos en televisión" solamente empeorarían si Estados Unidos abandonaba a sus aliados.

Pero Kennedy y los demócratas rechazaron con desprecio la petición de Ford y el resultado fue una agonía inenarrable: los campos de exterminio de Camboya, los campamentos de reeducación de Vietnam y oleadas de boat people lanzándose al mar. Habiendo visto los resultados de la retirada norteamericana de Vietnam y Camboya que patrocinó, ¿cómo puede defender Kennedy la misma política en Irak?

"Si dejamos de ayudar a nuestros amigos en Indochina", dijo Ford, en palabras que vale la pena recordar hoy, "nos habremos fallado a nosotros mismos, a nuestra palabra, a nuestros amigos. Nadie debería pensar ni por un momento que podremos salir de esto sin una profunda sensación de vergüenza". Ford, un hombre decente, no podía imaginarse abandonando deliberadamente a un amigo en apuros. Kennedy, al parecer, no ha tenido nunca tantas inhibiciones.


La senadora por California Barbara Boxer ha sido bombardeada por las críticas a las declaraciones que hizo ante la secretaria de Estado Condoleezza Rice durante su testimonio ante un comité del Senado sobre los planes de guerra de la administración Bush. Boxer sugería que Rice, soltera y sin hijos, no puede entender el elevado precio abonado por las familias militares.

"Usted no va a pagar un precio determinado, tal como yo lo entiendo, en su familia inmediata", dijo Boxer. Eso provocó un estallido de indignación, granjeando a la senadora una severa crítica del New York Post ("un chocante ataque demócrata"), de Rush Limbaugh ("una chica rica blanca... intentando linchar a una afroamericana") y del portavoz presidencial Tony Snow ("ultrajante... un gran paso atrás para el feminismo").

¡Es injusto! El argumento de Boxer puede no tener sustancia –tener maridos o hijos en edad militar no es un requisito para apoyar una acción militar– pero no estaba insultando a Rice, como deja claro el contexto entero de sus declaraciones:

¿Quién paga el precio? Yo no voy a pagar un precio personal. Mis hijos son demasiado mayores y mi nieto demasiado joven. Usted no va a pagar un precio determinado, tal como yo lo entiendo, en su familia inmediata. Así que, ¿quién paga el precio? El ejército norteamericano y sus familias.

Boxer tienen muchos pecados que expiar, pero insultar gratuitamente a Rice no se encuentra entre ellos. No comparto ni de casualidad la política de los senadores izquierdistas, pero esta acusación es falsa.

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