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Victor Davis Hanson

¿Cómo acabará la inmigración ilegal?

Actualmente, el producto interior bruto per cápita de México es más o menos la cuarta parte del de Estados Unidos. Los salarios en México son muy inferiores. No hay duda del motivo por el que los mexicanos vienen aquí por millones.

Nos proponen toda suerte de soluciones para poner fin a la inmigración ilegal. Construir un muro, reforzar la seguridad fronteriza, multar a quienes contraten ilegales o crear un programa masivo de trabajadores invitados. También se sugiere que Estados Unidos podría insistir en tarjetas de identificación infalsificables o la detención, la deportación o incluso la amnistía para algunos extranjeros ilegales. O todas estas medidas combinadas de alguna manera. Pero en última instancia la solución se encuentra en la esperanza de que Tijuana prospere tanto como San Diego. Porque estando a unas pocas millas la una de la otra, se encuentran en realidad a un mundo de distancia.

Después de todo, Hong Kong solía ser un imán para los inmigrantes ilegales, que entraban en tropel desde la empobrecida China roja. Ya no es así. Shanghai, por ejemplo, ha pasado a ser casi tan rica como la antigua colonia británica en dos décadas. Los berlineses del Este solían arriesgar sus vidas para cruzar el muro al Oeste. Ahora se están invirtiendo miles de millones de dólares en restaurar la mitad este de la capital de la Alemania unificada. Desde la Segunda Guerra Mundial, los trabajadores pobres de la en gran medida agraria, católica y autoritaria España acudían en masa al norte a la industrializada, protestante y más democrática Alemania, o a Francia, para encontrar trabajo. Hoy, las tasas de empleo y crecimiento de España se comparan favorablemente con las de sus vecinos del norte.

En cada uno de estos casos, regiones antaño pobres, colindantes con sociedades mucho más ricas –ya fuera a través de la emulación, el contagio o la coacción–, han liberalizado radicalmente sus sistemas económicos. Con trabajo y capital casi tan abundante en casa como en el extranjero, pocos quieren irse.

Cuando México siga el patrón, su relación con Estados Unidos se parecerá a nuestro vínculo con Canadá. Ese debería ser nuestro objetivo. La economía de nuestro vecino del norte y el sistema político son comparables a los estadounidenses y, por tanto, la cifra de canadienses que vienen aquí es pequeña y casi la misma que la cifra de norteamericanos que se van a Canadá. Y de lo que no cabe duda es de que el clima, el territorio cultivable y la costa de Canadá no son ni de lejos tan acogedoras como las de México.

Pero actualmente, el producto interior bruto per cápita de México es más o menos la cuarta parte del de Estados Unidos. Los salarios en México son muy inferiores. No hay duda del motivo por el que los mexicanos vienen aquí por millones.

De modo que, ¿cómo logrará México alguna vez la paridad con Estados Unidos?

El Gobierno mexicano tiene que empezar a deshacerse de empresas estatales improductivas, especialmente en los sectores del gas y del petróleo. Debería ofrecer mayor protección a los derechos de propiedad privada y hacer respetar los registros de propiedad. México tiene que detener en seco la antigua retórica nacionalista y recibir con los brazos abiertos la inversión exterior, crear un sistema judicial transparente y permitir que la tierra se compre y se venda libremente.

Lo que es más importante, la burocracia mexicana tiene que poner fin a la corrupción endémica que tanto exaspera al inversor exterior, que de otra manera llevaría a México empresas eficientes productoras de empleo.

No hay ninguna posibilidad de que México sea absorbido por su vecino como la Alemania del Este lo fue por la del Oeste. Estados Unidos no creará una unión continental como sucedió en Europa, y de la que tanto se beneficia España. Ni siquiera podemos contar con que la complaciente élite mexicana crea poder enriquecerse desregulando la economía y compitiendo en el mercado global como sucedió en China. Los aprensivos líderes chinos, después de todo, solamente cambiaron sus leyes porque pensaron que no tenían otra opción tras ver caer a la Unión Soviética.

De modo que, ¿qué puede hacer Estados Unidos? Ofrecer tanto ayuda como inflexibilidad con vistas al largo plazo.

Conceder a México incentivos comerciales favorables es más barato a largo plazo que tratar los problemas sociales provocados por la inmigración ilegal y las consecuencias económicas de miles de millones de dólares americanos enviados al sur por trabajadores mexicanos. El Acuerdo Norteamericano de Libre Comercio, al margen de lo controvertido que sea, probablemente haya ayudado a reducir la tasa general de pobreza de México e incrementado su producto nacional bruto.

Al cerrar sus fronteras, Estados Unidos dejará de subsidiar el fracaso mexicano. Hoy en día, los trabajadores no vienen solamente por los salarios más elevados, sino también siguiendo la premisa de que no tendrán que pagar impuestos y de que además sus sueldos aumentarán en la práctica por los subsidios estatales para sanidad, vivienda y educación.

La evasión fiscal y las prestaciones norteamericanas ayudan a que éstos tengan dólares disponibles para enviar de vuelta a México. En términos económicos, eso se traduce en que la economía de Estados Unidos mantiene a millones de parados en México a través de 20.000 millones de dólares anuales en envíos monetarios. Este dinero debilita la motivación de millones en México para buscar empleo o pedir reformas gubernamentales.

Finalmente, necesitamos algo de honestidad sobre este problema. México se enmascara como estado socialista revolucionario, repleto de llamativos eslóganes radicales que se remontan a los tiempos de Emiliano Zapata y Pancho Villa. En realidad, la religión de Ciudad de México es el elitismo y un amiguismo fosilizado. Unos pocos privilegiados han perjudicado a millones de sus conciudadanos trabajadores que se merecen un tratamiento mucho más humano, y que muchas veces sólo pueden encontrar en Estados Unidos.

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