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José García Domínguez

La cara al vent y el culo al aire

El president acaba de anunciar solemnemente su decisión de interponer un recurso de inconstitucionalidad contra sí mismo, contra las nanas que le cantara su madre en la cuna, contra la sintaxis de las conexiones neuronales de su árbol genealógico.

Cuánta razón tenía ese pensionista de la Obra Social de la La Caixa, Raimon Pelejero: quien pierde los orígenes pierde la identidad. Y cuán errados andaban todos aquellos señoritos de la gauche divine de Barcelona, los alegres chicos de la pérgola y el tenis que se metieron a poetas sociales sólo por mala conciencia de los golpes que la vida nunca les había dado.

Qué equivocado Gil de Biedma, que lo sabía todo de gin tonics y de las verrugas del alma de Rosa Regàs pero que nada comprendió de esos chavas nacidos en el Sur que espiaba, fascinado, desde las escalinatas de Montjuic ("Sean ellos sin más preparación / que su instinto de vida / más fuertes al final que el patrón que les paga / y que el salta-taulells que les desprecia / que la ciudad les pertenezca un día"). Qué conmovedoramente cándido, el bardo, cuando se cruzó ante el Palacio de la Exposición a Pepe Montilla con el mono de la SEAT. Acababa de toparse con el Michael Jackson más negramente atormentado por la negritud, y, en su lírica miopía, lo tomó por Miguel Hernández.

Han pasado muchos años desde aquello. Muchos. Tantos que, al fin, hasta se cumplió el presagio: la ciudad es hoy toda suya. Sin embargo, las cuerdas vocales de aquel sufrido Michael Montilla Jackson siguen luciendo obscenamente oscuras. Y el pobre Michael no ha dejado de sufrir ni un solo segundo por el negro betún de ese su estigma germinal. Cuatro décadas torturándose, aclarándose la garganta cada mañana con el stock completo de lejía del Caprabo de Cornellà. Y nada. Michael lo ha intentado todo, mas no hay manera: el suyo no acaba de ser ese blanco limpio, radiante; ese blanco-blanco, como el de la colada de la vecina.

De ahí que, completamente desesperado, el president acabe de anunciar solemnemente su decisión de interponer un recurso de inconstitucionalidad contra sí mismo, contra las nanas que le cantara su madre en la cuna, contra la sintaxis de las conexiones neuronales de su árbol genealógico y contra la laringe omnipresente de ese neng de Castefa que no deja de recordarle a todas horas que él es lo que es. O sea, que va a llevar a los tribunales a Madrit y su pretensión de que los niños sean expuestos, durante tres horas a la semana, a aquella maldita lengua que no logra extirpar de su cerebro.

Pobre Michael, apenas acaba de aterrizar en el séptimo cielo y ya da el cante en la mejor tradición del viejo noi de Xàtiva: "Al vent, la cara al vent... y el culo al aire".

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