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La magia del aumento de tropas

La nueva actitud de Maliki y las posibilidades del incremento de tropas con reglas de enfrentamiento más agresivas, que los críticos equiparan a cero, han llevado a un giro de 180º a ese venenoso demagogo sin escrúpulos que es Muqtada al Sadr.

Aunque muchos confundan sus deseos de fracaso norteamericano con su realidad, nadie puede saber con certeza si el aumento de tropas en Irak saldrá bien o mal. De ahí las irresolubles dudas de los demócratas sobre cómo explotar la hartura de la población con la poco afortunada experiencia bélica. Es muy poco y muy tarde y por tanto lo que cabe esperar no es, en el mejor de los casos, gran cosa. Lo único seguro es que sirve para ganar algún tiempo y nadie sabe si mientras tanto no mejoraran las perspectivas políticas.

De momento y antes de que los refuerzos hayan podido entrar en acción, el mero compromiso de Washington ha tenido ya sobre el terreno algunas repercusiones positivas que ponen de relieve las dimensiones políticas de la "nueva estrategia", tan poco mencionadas en el debate. Ante todo ha aportado cierto sosiego a Maliki, que no puede prescindir del apoyo militar norteamericano para enfrentarse a los enemigos suníes de un Ejecutivo salido de las urnas. El jefe del gobierno iraquí lo ha pagado con una actitud mucho más enérgica en contra de las milicias sectarias y asesinas de su propio campo chií. Maliki no habla una palabra de inglés y no parece conocer las características de la vida política en Washington, pero en estos momentos no puede abrigar la menor duda de que la continuidad del esfuerzo estadounidense pende de un delgado hilo que muchos quisieran cortar. Es su máximo interés no contribuir al intento.

La nueva actitud de Maliki y las posibilidades del incremento de tropas con reglas de enfrentamiento más agresivas, que los críticos equiparan a cero, han llevado a un giro de 180º a ese venenoso demagogo sin escrúpulos que es Muqtada al Sadr. Ha puesto fin a su boicoteo. Sus 6 ministros se han reincorporado al gabinete y sus 30 parlamentarios a la Asamblea. El joven clérigo ha ordenado la dispersión de sus tropas, la milicia denominada Ejército del Mahdi, responsables en el último año de tantos sádicos asesinatos de civiles suníes. Muchos han abandonado Bagdad, dirigiéndose hacia el sur del país y los que quedan han recibido la orden de no resistirse si son detenidos. Nada de enfrentarse directamente a los norteamericanos. Ya volverán los buenos tiempos.

La consecuencia inmediata es que el número de asesinatos sectarios atribuibles a los chiíes ha disminuido drásticamente en Bagdad. Por el contrario, los llamados insurgentes de cuño sadamista y sus aliados guerra-santeros internacionales han incrementado sus esfuerzos para mantener viva la guerra civil larvada y no quedarse como el único objetivo de la nueva ofensiva del Gobierno y sus aliados. Parece que ellos también cuentan con que alguna mella les pueden hacer. Están azuzando a bombazos a los chiíes para que reanuden sus mortíferas venganzas, con coches cargados de explosivos, suicidas o no, que saltan por el aire en medio de concentraciones humanas, preferiblemente mercados, como el del sábado 3, que masacró a 130 tenderos y clientes con más de 300 heridos.

El otro elemento de la dinámica política del plan Bush apunta hacia Teherán. Lo que dice es: no estoy acabado, no tiro la toalla, aún puedo golpear y quién sabe si no podré más dentro de unos meses. Como pesará este mensaje en los cálculos iraníes no es fácil de calibrar y dependerá de quien sea el receptor. El problema de Ahmadineyad es que no puede estar seguro de tener el tiempo a su favor y no sólo por las incertidumbres de Irak, que el aumento de tropas, como mínimo, prolonga, sino por razones internas, pues su estrella está en fase declinante y la supervivencia física del guía de la revolución, el gran ayatolá Jamenei, es una gran incógnita preñada de implicaciones políticas.

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