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Las armas que encontró Zapatero

Al final, el peor arma de Saddam van a ser los Zapateros del mundo, empezando por el nuestro.

Dice ahora el presidente Rodríguez Zapatero que en Irak sí que hay armas de destrucción masiva. Según él, dos: el odio y la guerra. Y lo dice para contestar unas afirmaciones del anterior presidente, José María Aznar, hechas en un coloquio, donde dijo que él sabía ahora que Saddam no tenía armas de destrucción masiva. Al actual inquilino de La Moncloa le han salido las dos palabras que mejor conoce: odio, como el que está generando entre los españoles, y guerra, a la que tanto dice odiar, pero a la que recurre constantemente si eso le sirve para ganar posiciones. Igual da que sea la de Irak como la civil del 36. O la de Afganistán.

Ya hemos dicho en estas páginas que Rodríguez Zapatero tiene corta la memoria, pues él nunca dijo en su momento que Saddam no tuviera las armas, sino que defendió otra vía para desarmarle (y como él otros tantos socialistas españoles y europeos, con Solana a la cabeza). Pero no es el momento de repetirse, sino de pedirle responsabilidades a Rodríguez Zapatero por lo que ha contribuido a esas dos armas que dice haber encontrado en Irak. Porque, en realidad, no se las ha encontrado. Él ha ayudado a fabricarlas.

En primer lugar, hay que decirle al sonriente presidente español que si no se hubiera enrolado en la política de pancartas y manifestaciones y no hubiera apoyado la división de los occidentales liderada por Chirac, es más que probable que Saddam hubiera hecho concesiones que hubieran impedido la intervención militar. Si se le hubiera hecho creer a Saddam que la guerra era inminente e inevitable, tal vez hubiera reaccionado de otra manera. Pero ahora sabemos que las manifestaciones, las divisiones y una opinión pública entregada al pacifismo de la mano del socialismo real le hicieron pensar que el ataque era simplemente una bravuconada de Bush que nunca tendría lugar.

En segundo lugar, con la decisión de Zapatero de salir huyendo de Irak, en lugar de fortalecer una imagen de determinación entre las fuerzas de la coalición, lo que hizo fue exactamente lo contrario: alimentar en la guerrilla y terroristas la idea de que podían vencer a los soldados de la coalición, de que si aguantaban su victoria estaba cantada.

Rodríguez Zapatero habla de destrucción masiva porque contra todas las estadísticas oficiales, incluidas las que le facilita el CNI, ha preferido abrazar un estudio más que criticado en el que se afirma que en Irak, según su peculiar metodología, deberían haber muerto ya (todo es una especulación) más de 600.000 personas. Que conste que en Irak han muerto ya demasiadas, sea cual sea su número. ¿Pero qué ha hecho Zapatero para impedir esta matanza? Una sola cosa: volver la cara hacia el otro lado y permitirse el lujo de criticar a quien intenta parar la violencia en Irak. ¿Pero es que acaso el Gobierno socialista ha secundado los llamamientos de las organizaciones internacionales para ayudar al Gobierno iraquí legítimamente elegido? No, el Irak de Rodríguez Zapatero es el de cuando se manifestaba por la Puerta del Sol, no el país al que contribuir a estabilizar.

El odio ya existía con Saddam; la guerra abierta que hoy vemos, desde luego que no. Pero si tanto ama la paz, ¿por qué Zapatero no hace algo al respecto? ¿Acaso prefiere ver cómo se matan los iraquíes y cómo caen los soldados norteamericanos y británicos porque así puede seguir machacando al PP aquí en nuestro terruño? Al final, el peor arma de Saddam van a ser los Zapateros del mundo, empezando por el nuestro.

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