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EDITORIAL

Trujillo, insensata e inútil

No hace falta ser experto en matemáticas para concluir que, al contrario de lo que sostiene la responsable del innecesario Ministerio de Vivienda, la compra de casa exige esfuerzos cada vez mayores, sobre todo a los que menos ganan, los jóvenes.

María Antonia Trujillo, ministra de Vivienda y miembro peor valorado del Gobierno, vuelve a ser noticia por su mezcla de ignorancia supina y desfachatez inaceptable. Pertinaz en el error y en el desprecio a la inteligencia de los ciudadanos, Trujillo afirma que el 80% de los jóvenes no tiene problema para acceder a la primera vivienda. Inmune a los hechos, la ministra prefiere ignorar que tanto las hipotecas como los pisos siguen subiendo a un ritmo mucho mayor que la inflación, mientras que el poder adquisitivo de los españoles permanece estancado desde 2005. El resultado es un espectacular incremento del porcentaje de renta dedicado a vivienda, que pasó del 37% en 2005 al 43% en 2006.

No hace falta ser experto en matemáticas para concluir que, al contrario de lo que sostiene la responsable del innecesario Ministerio de Vivienda, la compra de casa exige esfuerzos cada vez mayores, sobre todo a los que menos ganan, los jóvenes. Así lo reconoció el pasado mes de julio el director general de Arquitectura y Política de Vivienda, quien señalo que existían "problemas de accesibilidad de parte de la población, sobre todo la más joven". O alguien miente en las oficinas de Trujillo, o su optimismo no puede ser calificado sino de peligrosamente delirante.

Por si no fuera poco, al fracaso de las medidas intervencionistas del gobierno –recordemos la malograda e ineficaz Sociedad Pública de Alquiler– la ministra pretende ahora añadir una nueva dosis de planificación anunciando faraónicos planes de construcción de vivienda protegida. Cualquier cosa menos afrontar la principal causa del encarecimiento de los pisos: el exorbitante precio del suelo, determinado más por el déficit de algunas administraciones locales que por el mercado.

Ni el rancio populismo de Trujillo ni el recurso de muchos socialistas a la teoría de la conspiración de los promotores inmobiliarios sirven ya para enmascarar la triste realidad de la política de vivienda del Gobierno: un rotundo fracaso cuya máxima responsable debería haber abandonado su cargo. Váyase pues, señora ministra, con sus planes y sus dislates a otra parte. Hace tiempo que sus extravagancias dejaron de hacer gracia, y ya nos han costado demasiado.

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