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Thomas Sowell

Propaganda contra los escépticos

Para la izquierda en general, y para los fanáticos medioambientales en particular, resulta indudable que nadie puede estar en desacuerdo con ellos, a menos que no esté bien informado o sea deshonesto.

Las campañas propagandísticas adquieren con frecuencia vida propia. Los políticos que se han subido al tren del "calentamiento global" no pueden admitir ninguna duda por su parte, ni permitir que ninguna duda que puedan tener otros pueda pasar a formar parte del debate público. Tampoco lo pueden consentir los cruzados medioambientales, cuyo sentido mismo de sí mismos como salvadores del planeta estaría en peligro, razón por la cual intentan aplastar cualquier opinión contraria.

Un ejemplo reciente y revelador de los implacables intentos por silenciar a cualquiera que se atreva a cuestionar la cruzada del calentamiento global comenzó con "una noticia" del periódico británico The Guardian. Rápidamente encontró eco entre varios senadores norteamericanos de izquierdas: Bernard Sanders, socialista declarado, y John Kerry, Pat Leahy y Dianne Feinstein, no tan declarados.

El titular de la "noticia" lo decía todo: "Ofrecen dinero a científicos por cuestionar el estudio climático". Según The Guardian, a científicos y economistas "les ha ofrecido 10.000 dólares por cabeza un grupo de presión financiado por una de las mayores compañías petroleras del mundo con el fin de socavar un importante informe del cambio climático".

Para la izquierda en general, y para los fanáticos medioambientales en particular, resulta indudable que nadie puede estar en desacuerdo con ellos, a menos que no esté bien informado o sea deshonesto. Con esto lo que hacen es despreciar a los científicos escépticos con la histeria del calentamiento global retratándolos como sobornados por representantes de los intereses de las compañías petroleras.

Aunque tales acusaciones pueden ser suficientes para que los fanáticos de cruzada se envuelvan aún más estrechamente en el manto de la virtud, algunos somos lo bastante anticuados como para querer conocer los hechos reales.

En este caso, el hecho real es que el American Enterprise Institute –que es un think tank, no un grupo de presión– hizo lo que hacen todos los think tanks de todo el espectro político, en todo el país y en el resto del mundo. El AEI ha programado una mesa redonda de debate sobre el calentamiento global compuesta de personas con opiniones distintas en la materia. A los ojos del colectivo del calentamiento global, ése es su pecado capital: tratarlo como un asunto a debatir en lugar de considerarlo un dogma.

Al igual que las demás organizaciones de su clase, ya sean progresistas, conservadoras o de otro tipo, el American Enterprise Institute paga a quienes hacen el trabajo de preparar documentos académicos para su presentación en sus debates. De hecho, 10.000 dólares no es una cifra inusual, y muchos han recibido más de otras instituciones por trabajos similares.

Pero en esto entraron cual elefante en cacharrería los senadores Sanders, Kerry, Leahy, y Feinstein. En una carta conjunta a la dirección del American Enterprise Institute, se escandalizan como el corrupto policía francés de Casablanca.

Estos senadores expresan "nuestras más serias preocupaciones" sobre las noticias de que el AEI ha "ofrecido pagar a científicos hasta 10.000 dólares por poner en tela de juicio los descubrimientos" de otros científicos. Los cuatro senadores expresan lo "entristecidos" que estarían si las informaciones resultasen ser ciertas, "por lo lejos a lo que podrían llegar algunos con el fin de minar el consenso científico" sobre el calentamiento global.

Si las informaciones fueran ciertas, continúan los senadores, "se pondría de relieve el grado en el que los intereses económicos distorsionan el honesto debate científico y público", al "sobornar a científicos para que apoyen unas conclusiones predeterminadas". Los senadores preguntan: "¿Dificultan los intereses de sus donantes el debate honesto sobre el bienestar del planeta?". Y exigen que "el AEI se disculpe públicamente por esta conducta".

Como dijo una vez el difunto Art Buchwald sobre el teatro del absurdo de Washington, "nadie sería capaz de inventarse algo así".

Si pagar a alguien por trabajar es un soborno, entonces todos somos sobornados a diario, a excepción de quienes han heredado suficiente dinero como para no tener que trabajar en absoluto. Entre aquellos invitados a asistir al debate del AEI se encuentran algunos de los mismos científicos que escribieron el reciente informe que políticos, ecologistas y medios califican como el último grito en materia de calentamiento global.

La as en la manga de la izquierda es que una de las grandes petroleras dona dinero al AEI. No llega al 1% de su presupuesto, pero basta como para difamar. Todos los think tank tienen donantes, o no podrían existir. Pero los hechos tienen poco peso cuando se trata de calumniar, especialmente cuando son políticos (¡políticos!) los que cuestionan la honestidad de los demás.

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