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Luis Hernández Arroyo

Las menguantes vías de ajuste

Desde 1996, España ha pasado por una de sus mejores fases económicas, si no la mejor. El lanzamiento del euro no sólo no ha impedido la consolidación de ese proceso, sino que ha contribuido a ella.

Sorprendente es el optimismo panglossiano que a algunos les reluce cuando están cercanos al poder. Ahí está, con todo su impudor, una muestra de imprudencia del ministro de economía que más aumentó la deuda del Estado en la postguerra (Carlos Solchaga, Cinco días, 15 de febrero). En su (confusa) opinión, no hay que temer drásticos ajustes de la economía, ni vía precios, ni por la dolorosa vía de caída del empleo y la renta, pues hay que "aplicar nuestros esfuerzos de imaginación" y dejar de lado "viejos esquemas de análisis en realidades apenas experimentados" (sic). ¿Qué esquemas? Parece que al señor Solchaga no le hace gracia lo que él llama la síntesis (¿?) neoclásica...

Desde 1996, España ha pasado por una de sus mejores fases económicas, si no la mejor. El lanzamiento del euro no sólo no ha impedido la consolidación de ese proceso, sino que ha contribuido a ella. Esto es bien visible en el gráfico (del propio INE), que muestra que el PIB real del 2006 es como un 28% mayor que en 2001. Se ha creado empleo en cifras espectaculares, lo que ha reducido la tasa de paro a un record del 8%.

Crecimiento del PIB

Sin embargo, el euro y sus bajos tipos de interés ha propiciado un creciente déficit exterior –el exceso de demanda ha sido generosamente financiado desde el resto del mundo–, lo que ha aumentado nuestra posición deudora. Ahora mismo, España tiene una posición neta negativa que alcanza un 50% del PIB (59%, si quitamos de las cifras la posición del Banco de España). Aclaremos que, aparte de con los bajos tipos de interés, esta deuda está relacionada directamente con una deficiencia secular de nuestro sistema productivo.

Somos muy poco productivos. Con un crecimiento de la productividad laboral similar al de otros países, hubiéramos tenido costes laborales e inflación más bajos: hubiéramos sido más competitivos y menos deficitarios. En anteriores ocasiones en que se ha descontrolado el déficit exterior, el proceso de ajuste era virulento pero rápido: especulación contra la peseta, heroica e inútil resistencia del Banco de España para no devaluar... y devaluación ineludible, seguida del ajuste de precios relativos que propiciaba. Ahora, "gracias" al euro, ya no hay devaluación. La situación actual en el área del euro se suele comparar con las balanzas internas de las regiones de un país, que no se preocupan de su deuda "exterior" frente al resto de las regiones: pueden durar y crecer sine die, pues el ajuste se producirá o por los precios y salarios (en general, muy rígidos a la baja), o por movimientos de factores (pérdida de inversión y empleo) o, simplemente, no se producirá: la política de redistribución central compensará –o paliará al menos– los desequilibrios. Por ejemplo, ni siquiera nos molestamos por conocer la deuda potencial de, supongamos, Extremadura con el resto de España. Sencillamente no se contabiliza, pues fluye a través de la cuenta corriente como transferencia corriente, y viene de la redistribución interregional solidaria de los recursos fiscales.

Pero, ¿es ajustada la comparación? Para que lo fuera, sería necesario que hubiera, como en el ejemplo, un Estado central europeo –y como tal Estado, solidario– que estuviera dispuesto a cubrir diligentemente el recurrente desfase financiero entre un país miembro y el resto, recurrente al menos que no mejoremos la productividad y, con ello, la capacidad de servicio de la deuda exterior. Como es evidente, tal Estado no existe ni existirá en mucho tiempo. Por ese lado no habrá plazos indefinidos para el ajuste del saldo exterior negativo. Ergo se adivinan, en un futuro cada vez más cercano, y en contra de lo que confusamente dice Solchaga, unos drásticos ajustes que afectarán a las rentas y al empleo. Por la síntesis neoclásica o por el artículo 33.

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