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EDITORIAL

Italia vuelve a las andadas

Cuando el teléfono suene en el despacho de Ségolène Royale y se anuncie una llamada de Moncloa, el asesor avezado debería susurrar el siguiente adagio al oído de la bella candidata: "Madame, yo que usted no lo haría".

La dimisión del primer ministro Prodi tras no conseguir el apoyo del Senado a su política exterior, más moderada que la española y en línea con el tradicional retraimiento italiano de los conflictos internacionales, es en cierta forma una triste vuelta al pasado.

Con la excepción de los gobiernos largos de Berlusconi, y a pesar de la ingeniería institucional que el país ha venido sufriendo tras la caída del sistema de partidos que gravitaba en torno a Democracia Cristiana debido a la corrupción –la célebre tangentópolis–, Italia ha seguido sufriendo los males de un sistema político caracterizado por las luchas entre facciones intrapartidistas, la tensión regionalista y las puñaladas entre sus políticos, dados a reformas que obvian las necesidades de los ciudadanos. Sin olvidarnos de los cambios institucionales hechos a medida de la partitocracia y de la perpetuación de una clase dirigente convertida en casta y carente de la más mínima vocación de servicio.

El próximo primer ministro italiano se enfrentará al doloroso dilema de asegurar la estabilidad de su Ejecutivo atrayéndose a los democristianos aliados de Berlusconi, siempre dispuestos a llegar a acuerdos a cambio de una suculenta cuota presupuestaria, o bien seguir dependiendo de los radicales de Refundación Comunista y de otros micropartidos, los del "cuanto peor, mejor". Otra opción sería normalizar las relaciones con el ex primer ministro, quien pese a todo es hoy por hoy el líder del único partido italiano unido, lo que equivaldría a brindarle al centro-derecha una fácil victoria en las próximas elecciones.

Que esta crisis se haya producido durante el encuentro de Prodi con Zapatero en la cumbre hispano-italiana podría llevar al chiste fácil sobre el aparente "mal fario" del presidente español. Recordemos su apoyo al sí en el referéndum francés sobre la fallida Constitución Europea, al alemán Schroeder y a los candidatos presidenciales del Partido Demócrata norteamericano. Pero, por si las moscas, cuando el teléfono suene en el despacho de Ségolène Royale y se anuncie una llamada de Moncloa, el asesor avezado debería susurrar el siguiente adagio al oído de la bella candidata: "Madame, yo que usted no lo haría".

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