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Ignacio Cosidó

El Gobierno del miedo

La liberación de De Juana no es un eslabón suelto. Forma parte de una ya larga y dolorosa cadena de cesiones con las que Zapatero está tejiendo su proceso claudicación ante los terroristas

Es imposible derrotar al terror desde el miedo. La liberación de un terrorista sanguinario como De Juana Chaos ha sido antes que nada un acto de inmensa cobardía por parte del presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero. La liberación de este asesino no responde a razones legales, ni humanitarias, ni racionales, como mintió Rubalcaba en su más triste comparecencia. Ha sido el miedo su única causa. El miedo de un Gobierno atemorizado y rendido ante una banda de criminales terroristas y mafiosos. 
 
Rodríguez Zapatero se ha escondido ahora en su guarida de poder esperando que pase la tormenta. Pero esta tormenta la ha desatado él con una jugada mucho más inmoral que estúpida, que también lo es. Ha desatado una tormenta de indignación democrática que le perseguirá siempre por mucho que se esconda. La sociedad española puede perdonar los errores, incluso aquellos que ponen en juego vidas humanas, pero lo que no puede perdonar es la indignidad, la humillación y  la vergüenza de ponerse de rodillas frente a nuestros propios asesinos.
 
Liberar a De Juana no era ningún imperativo legal como pretende el Gobierno. Es, cuando menos, una decisión política que violenta la legalidad vigente. No es un acto humanitario y magnánimo, sino la cesión cobarde a un chantaje que resulta inaceptable para la ética democrática. No es una decisión inteligente, como presumió un patético Rubalcaba, sino un profundo error que tan sólo servirá para fortalecer y envalentonar aún más a los terroristas.
 
Los españoles tenemos un hondo sentido de la Justicia. La rebelión cívica que se ha desatado tras la liberación, disfrazada técnicamente de prisión atenuada, de este asesino sanguinario y exhibicionista tiene mucho que ver con ese arraigado sentido que los españoles tenemos de la Justicia. Ha sido el sentimiento de que el Gobierno ha cometido una imperdonable injusticia lo que más ha removido nuestras conciencias. De Juana no merecía este indulto encubierto. No lo merecía, sin duda, por las veinticinco vidas que vilmente segó. No lo merecía en absoluto porque jamás ha dado la más mínima muestra de arrepentimiento. Pero lo merecía aún menos porque ningún otro asesino se ha mofado y ha pretendido ultrajar en mayor medida a sus víctimas que este psicópata cuya única enfermedad es el odio. Que el Gobierno le conceda ahora la libertad anticipada no es ya un acto de pretendida magnanimidad, sino de profunda injusticia.
 
El Gobierno ha proporcionado a ETA con esta liberación su mayor victoria. Jamás en treinta años de lucha de la democracia española contra el terrorismo un Gobierno había cedido al chantaje terrorista de la ignominiosa forma que lo ha hecho esta triste semana Rodríguez Zapatero. Pero la liberación de De Juana no es un eslabón suelto. Forma parte de una ya larga y dolorosa cadena de cesiones con las que Zapatero está tejiendo su proceso claudicación ante los terroristas. Una cadena que si permitimos que continúe amenaza con exterminar nuestra libertad.
 
En su infinita cobardía, el Gobierno ha optado además por abandonar definitivamente el bando de las víctimas para ponerse del lado de los verdugos. Era un clamor unánime entre las víctimas del terrorismo que De Juana no merecía ningún privilegio, ningún trato de favor. Este asesino debía al menos cumplir hasta el último día de la condena por la que estaba en prisión. Pero Zapatero ha optado por traicionar a las víctimas para arrodillarse ante los que bajo la amenaza le exigían su inmediata liberación. Con esta decisión, Zapatero ha abierto una sima entre él y las víctimas, entre él y todos los españoles decentes, que jamás podrá ya restañar.
 
Al final nos queda la esperanza de un pueblo que jamás en su Historia se ha doblegado frente a la tiranía. Así, ante un Gobierno atemorizado, rendido y entregado a los pistoleros, ha vuelto a surgir con fuerza el coraje de un pueblo que jamás ha sucumbido al miedo, ni a la imposición, ni al chantaje. Se ha puesto en marcha una rebelión pacífica y democrática, pero que resulta ya imparable. Los ciudadanos se han echado de forma espontánea a la calle espoleados por su indignación, pero sobre todo por el valor de decirle a los asesinos lo que Zapatero no se atreve a decir: queremos vuestra derrota, vamos a por vosotros y vamos a acabar con vosotros. Lo lograremos. No nos rendiremos jamás.

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